Ilustración: María Luisa Hodgson

Nadie quiere vivir para siempre en noches oscuras o cuando el amor debe morir. Sublime Queen en Los Inmortales (Russell Mulcahy, 1986). Pero luego llega Brian May, se junta con Mazz Murray, Kerry Ellis, Gina Murray y Anna-Jane Casey, y versiona el clásico I’m a woman de Peggy Lee. Y te paralizas. Las cuatro mujeres desgarran y emerge el lado más caníbal que llevas dentro. Da la impresión que Pablo Casado se chutó este arrollador rock blues para renacer de sus cenizas.

Con el músico y astrofísico británico ves las estrellas con la adrenalina más canalla y con la psicodelia del space rock. El viejo rockero nunca muere. El rasgue eléctrico de su guitarra traspasa la Vía Láctea y demás galaxias que se pongan por medio. Los astros orbitan en torno a él, se dejan llevar. Pero en el show terrenal no hay marcha atrás y, si Dios quiere, baby, te veré en la Luna o en el Paraíso. ¡Será la leche! Mejor soñar que consumirse. Mejor adentrarse en el hiperespacio con dulzura o brusquedad. Da igual. El caso es sentir que sueñas, como sientes los acordes que llegan hasta el fondo y zarandean. Y te derrumbas. El caso, también, es escuchar y estremecerse en el silencio, aunque sea con el imperceptible caer de una gotita.

El 19 de octubre de 2019 el Facebook de Eva, todos los muros de Facebook, silenciaron para sentir las gotitas que Eva sintió una vez y otra y otra e infinitas veces, como si cayeran en el Universo infinito para no caer jamás. El 19 de octubre de 2019 fue un día que no recuerdo si no fuera por las gotitas de Eva y el goteo incesante que marcó buena parte de su adolescencia, “sonidos que horadan pacientemente, rítmicos como diapasones y que pueden quedar grabados toda una vida”. Gracias al saber contar de Eva tomé conciencia de las gotitas que caen desde un recipiente, atraviesan un tubo largo y delgado hasta llegar a las venas y desde ahí fluyen por todo el cuerpo, “enfermo y pequeño”. Gotitas de lunes, martes y de cualquier día de la semana y del mes cayendo monótonas ajenas al país habitual de ahí fuera: blanco, negro y gris. Depende. Cuestión de cómo vaya, de coger el tren, dejarlo pasar o empecinarse en rabias que destruyen y apartan.

Aquel 19 de octubre los instantes crecieron y expandieron el tiempo para evitar la costumbre. Pero qué difícil navegar en soledad, la pandemia del olvido. Necesito de ti y del resto para que las historias se cuenten entre sonrisas, miradas y lágrimas. Por eso Eva escribía tras contar las gotitas (“esas compañeras de batalla”) que caían en un minuto y en cuanto pensaba en lo pequeñas que eran comparadas con el lucero en el cielo del amanecer. “Quiero que no me abandones, amor mío, al alba”. Miedos y esperanzas de la mano porque el fulgor de la madrugada se pone en contra de la penumbra. Y basta un segundo, una décima de segundo, para encontrar la luz que viaja por el espacio y llega a la Tierra.

El relato de las gotitas que está en la Red no pasó dormido. Despertó sensibilidades distraídas a golpe de un sonido insistente, hondo, enérgico… En ocasiones “ligero y casi etéreo”. Las gotitas de quimioterapia de Eva forjaron su aliento (y nos empapan): “Posiblemente fueron esos momentos de observación y reflexiones los que me condujeron a convertirme en la mujer que soy. Alguien que se emociona tanto escuchando los sonidos de una fórmula matemática como el de las letras que caen despacito sobre una hoja en blanco”.

El 19 de octubre de 2020, un año después, las gotitas de Eva partieron eternas.

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