Ilustración: María Luisa Hodgson

Alberto Rojas acerca realidades distantes a través del diario El Mundo. En su cuenta de Twitter se define errante como Corto Maltés y zurdo como Billy el Niño. No sabía que el pistolero fuera zurdo. También acaba de presentar su segundo libro, Sangre de lobos, novela que ya va por la segunda edición en solo tres días. En África, la vida desnuda (el primero), publicado en 2018, narra su experiencia como reportero en veinte crónicas tremendas. Ahora le leo en una serie multimedia sobre el conflicto de Boko Haram en Nigeria y le escucho en el pódcast de geopolítica, Sala de mapas. El último, sobre Sáhara Occidental (“codicia, silencio y vergüenza”), me engancha de pe a pa. En la Decalcomanía 46 escribí sobre el sometimiento que sufre la excolonia española. Además, en breve, entrevistaré a la abogada saharaui Lala el Mami, que fue portada de la revista Fama en junio de 2007 cuando tenía 17 años y las bregas y avideces eran más prosaicas.

El colega periodista viaja hasta Pulka, “mitad aldea, mitad campo de desplazados” en Nigeria, el país más rico de África. El asentamiento está en medio del territorio que ocupa el sanguinario grupo yihadista Boko Haram ante la indiferencia internacional. Subraya que las visiones occidentales de pobreza, miseria, violencia machista, subdesarrollo… resultan mutiladas e inservibles, afirmación que se confirma tras la lectura de sus palabras aproximadas. La realidad del terror extremo de las bestias carniceras supera al lenguaje. Ni agua ni letrinas ni electricidad… Esclavas sexuales, mujeres como munición de guerra, niñas-bomba, fanatismos, pústulas, rechazos, cólera, desnutrición, clítoris desgarrados, clítoris… Muerte.

Sentirse cerca de Pulka y de Yobe, al norte, aunque sea a través de unas letras hilvanadas, provoca que los problemas de nuestro andar por casa se trivialicen: toque de queda entre las 22.00 y las 06.00 horas, limitar el aforo de las terrazas al cincuenta por ciento, suspensión de mercadillos, ferias, verbenas y comidas de empresa, restricción de entradas y salidas de Tenerife, mesura en las compras (se supone)… Vidas que se complican a las puertas de la Navidad y en medio del debate de la eutanasia y de los líos falderos del futbolista Jesé que gana dinero hasta durmiendo. Situación idónea para que los presidentes Pedro Sánchez y Pedro Martín guarden cuarentena. Menos mal que el homólogo de Canarias, Ángel Víctor Torres, anuncia que la vacunación contra la Covid-19 comenzará en las Islas el 27 de diciembre. Primer mundo afortunado. Hay quienes no tienen ni para un estornudo. Bendito Ibuprofeno.

La sociedad gozadora del orondo Papa Noel que bebe Coca Cola ya ha asumido que su Navidad se ha perdido. La gente blanca, salpicada de pobre e indeseable gente negra migrante, vive angustiada porque la blanca Navidad no tendrá excesos y porque la cuenta corriente está en números rojos. Menos mal que el Gordo de la Lotería y demás premios y pedrea colmarán ansiedades (chocolate del loro). O acentuarán maldiciones.

Visto el panorama, la Navidad de 2020, la de la Covid-19, será la más santa de las últimas décadas, la más sobria, la más próxima al humanismo cristiano del Pesebre, el que tuitea el Papa Francisco en Pontifex. La otra, la Navidad que se quería salvar, no era tal. Era un pastiche, un polvorón mal dado, un conjunto lencero, botellón, fiestas bien, tiros largos, papel de regalo, un esmoquin y su resaca, congas, matasuegras y velas al Demonio, ese que se pone las botas en un centro comercial y en el infierno de Boko Haram entre alientos misioneros y voluntariado heroico.

Anochece en Pulka… “Cientos de mujeres queman unas cuantas ramas y preparan la cena de sus hijos: un puñado de mijo. Hana (solo tiene 15 años) acude con su bebé y su madre. El niño es fruto de la violación de un soldado”. ¡Feliz Navidad!

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