Ilustración: María Luisa Hodgson

 A Abraham Guerrero (Cádiz, 1987) le robo el título del poemario (Toda la violencia) con el que acaba de ganar el Premio Adonáis de Poesía 2020 por “haber alcanzado un admirable equilibrio entre el compromiso social, la poesía arraigada y el lirismo íntimo, entre los problemas de este tiempo y la literatura de siempre”. Me chivan que el filólogo vive en Las Palmas de Gran Canaria, en donde imparte clases de Lengua y Literatura en Secundaria y Bachillerato. Le llamaré. He conseguido su teléfono móvil y eso, hoy en día, es más importante que el DNI. Escudriño en Internet y descubro uno de sus poemas (Mi madre), incluido en el poemario galardonado. Leo y releo los versos que le dedica a su madre. Y empiezo el poema de nuevo. Real. Doméstico. Austero. Físico: “Mi madre, cada día, se refugia en su casa, / numera las ausencias, una a una, / y si la visitamos, viste todo / de sonrisas forzadas y falso orden, / como si pudiera escondernos / las bombillas fundidas, / la nevera vacía, / el vaso de chupito debajo del sillón”. Y avisto a mi madre. Al igual que la suya, la mía también trajina en casa. Estos días, mi madre, ha estado más presente que de costumbre. Me encantan las muestras de cariño que tiene con mi padre. Ternura entrañable entre infinitas dosis de sacrificio. Amor en la sociedad del cansancio, que describe el filósofo surcoreano Byung-Chul Han. Amor en una sociedad en donde la ideología pone el énfasis en eliminar a la persona (cultura de la muerte) en medio de un escenario sanitario en donde los cuidados paliativos están infradotados. Amor en una sociedad maniatada por la pandemia de la Covid-19 que se moviliza a favor de la vida, de una vida extremadamente violenta y excesivamente apegada a la vida. Y la vida es efímera. Tarde o temprano… Mejor, la vida que muestra el escritor de la realidad sucia, Charles Bukowski: “piénsalo. / piensa en salvarte a ti mismo. / tu parte espiritual. / la parte de tus entrañas. / tu parte mágica y ebria. / sálvala. / no te unas a los muertos de espíritu”. Romántico que es uno (a fuego lento).

La vida no merece toda la violencia, como la que transmite la cultura de la desconfianza. La vemos en una campaña del Ministerio de Sanidad, Consumo y Bienestar Social junto a la Federación Mujeres Jóvenes. Saliente de una investigación sobre las salidas nocturnas ha saltado ahora a las redes sociales a raíz de un manual de sensibilización (Noches seguras para todas) ilustrado con imágenes que caracterizan a potenciales agresores sexuales: “el chico que te gusta”, “el simpático de la fiesta”, “el colega militante” y “tu amigo de clase”. Todos, capaces de la tropelía. Exclusión. Rechazo. Enfrentamiento. ¿Quién se libra de la sospecha? Se trata de acentuar la separación. Sociedad diferencial que marca distancia con el presunto, que es cualquiera. Aceptamos la realidad del mundo que se nos manifiesta teledirigida. El show de Truman.

Contra la violencia, violencia, la que se agranda en el medioambiente de las redes sociales (tecnología persuasiva). El documental El dilema social, dirigido por el estadounidense Jeff Orlowski, pone el dedo en la llaga. Se presentó a la última edición del Festival de Cine Sundance (enero, 2020) y tras dar el salto a la plataforma Netflix está suscitando infinidad de reacciones ante el espantable panorama que expone: contribuye a la segmentación de comunidades alienadas por mensajes únicos. ¿Te suena? Bandos que no se escuchan: populismos, violencia racial, violencia de género, xenofobia… Amenazas existenciales alejadas de la preocupación de quienes priorizan sus batallas (política manipuladora). Mientras, la violencia, toda la violencia, siente y crece en campo abonado para sacar lo peor de la sociedad.

 

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