Ilustración: María Luisa Hodgson

Con la banda mexicana Maná he sacudido cintura (suave) en el estadio Heliodoro Rodríguez López y en la cantera marbellí de Nagüeles, sede del Festival Starlite que organiza la empresaria tinerfeña Sandra García-Sanjuán. De este último concierto, que acompañé con alguna copa de cava o champán (no sé) y algo más, conservo un querido testimonio audiovisual que salvé a tiempo antes de que el teléfono Samsung se ahogase en la mar salada. Ahora escapo con un chino Huawei, que no es lo mismo. Más pronto que tarde volveré a la tecnología surcoreana. Con ella bailo seguro. Con ella soy más resultón. Con las cosas del querer no se juega. ¡Ay! Resulta que en aquella noche de estrellas y amanecida malagueña, Fher, el vocalista más chingón, voceó que los españoles inventaron el amor. Supongo que sí. Como otras guapuras. El caso, decía Tita entre agua y chocolate, y olores a tomillo, laurel, cilantro, leche hervida, ajos y cebolla, que el amor no se piensa, se siente o no se siente. O sea, hervores y lágrimas. Y baladas y mentiras y verdades y alegrías. Y silencios. Y perdones. También, confidencias contemporáneas y extemporáneas (o no) en wasap. Sazones de no solo cuando te va bonito. Por eso no hay que maldecir al veinte veinte ni mandarlo a tomar. El veinte veinte son días y noches que volverán igual o distintas. El veinte veinte fue cantar y llorar solo en soledad o a voz en grito con la vecindad, tonight. Resistiré para seguir queriendo. El veinte veinte supuso tener presente a los que se fueron y acercarse a los que tenemos cerca, habitualmente lejos. El veinte veinte fue menos prosaico y más homérico.

Me quedo con lo bueno del veinte veinte y con lo mejor que traerá el veintiuno. La meta de la carrera de fondo pilla, aún, lejos. Queremos pensarla así. El sentimiento no es rollo de un año o una noche. No es calentura, un pincho de aquí te mato para saciar el hambre que volverá. Asienta más el consomé que la sopa maravilla, los campos de oro de Sting que el trap y reguetón del Conejo Malo, lo más escuchado en Spotify en el Mundo. Al rincón de pensar, baby. Me quedo con quienes descubrieron la magia de ver llover una tarde, ver gente correr y no estar tú, porque vivían al margen de la lírica de Armando Manzanero. Me quedo con el oboe guaraní de Gabriel y Morricone, ya eterno, y con el último jarabe de Pau Donés en la montaña con su perro Fideos: “Misteriosamente hoy / Todo está en calma / Misteriosamente hoy / Nada me falta”. Y me quedo, claro, con el Mesías de Hendel y el Requiem de Mozart y el repiqueteo de la bachata pa moverme contigo (un, dos, tres). Y con la poesía y las letras y el dentista del día 31 y la bicicleta con microfisura del día después.

El veinte veinte no merece desaires. A la vida la queremos con limón y sal, con dolor y épica. Quien más te quiere más te hará sufrir. El problema no es la añada, sino la malacrianza, la desmesura, el terraplanismo, el carné y tanta memez. Y los memes que no pedimos y calan porque se repiten y reenvían según se miran. Prohibido pensar contracorriente. Érase una vez el veinte veinte. Y el veintiuno.

Tengo pendiente un almuerzo con Pedro, el padre de la criatura que parió Starlite. Le llamaré y en la sobremesa del yintónic cuadraremos agendas para coincidir de nuevo en la cantera vip junto a ritmos, luminarias, luceros y galanuras. Luego, si la vacuna y Dios quiere, dormiré apretado. ¡Cómo quisiera! No es fácil vivir sin aire.

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