Ilustración: María Luisa Hodgson

Tenerife es tierra de mujeres y hombres que se aplatanan, viven del cuento, del quejido, de la prestación por desempleo, de la cháchara y de la posición horizontal de Arístides Moreno. Por fortuna, como en otras viñas, hay personas con swing, con responsabilidad y ganas de complicarse la vida, con el riesgo que eso supone para el frágil honor. Hay gente que está siempre en guerra y salpica. Y eso jode cuando no es verdad. Y si es verdad, ajo y agua. Miserias humanas, amarguras ideológicas. Cansa. Mejor ignorar. Hay cloacas que también generan mierda, no solo la limpian (a propósito de Villarejo). El caso es que me quedo con el balanceo del segundo grupo, rebeldía con causa. La sin causa, por cierto, murió en accidente de tráfico en 1955 al volante del Pequeño Bastardo, un Porsche 550 plateado. “Vive joven, muere joven y serás un hermoso cadáver”, esgrimió en más de una ocasión James Dean.

Antes del confinamiento de 2020 el empresario hotelero José Fernando Cabrera (mucho swing) me informó de la apertura en verano de un hotel de cinco estrellas promovido por el grupo de su propiedad, Golf Resort. A él lo conocí a raíz de su presidencia en Ashotel. Luego estreché relación con sus hijos, Carlos y Javier. Con ellos y la revista Fama organizamos, tiempo ha, las fiestas más fashionistas y deseadas de Tenerife en el Monkey Beach Club de Playa de las Américas. Ganas de retomarlas en 2022 una vez cese la Pandemia. Y ganas tenía de sentarme en unas de las mesas del restaurante Bésame Mucho que se ubica en el mismo emplazamiento sobre la playa de Troya. Cuando la querida crítica gastronómica María Dolores Delgado lo recomendó en el último artículo de su buena vida, solo contaba las horas para disfrutarlo. Así que junto a la influencer Marta Purriños (@addictbeiconic) y demás grata compaña saboreamos hace unos días un almuerzo enormemente deleitable. Los entremeses conquistaron. El cherne, exquisito. El arroz con calamar, delicioso. El postre helado, maravilloso. Y el Tágara blanco afrutado (Ycoden-Daute-Isora), soberbio. Los Cabrera hacen las cosas muy bien, con estilo y máxima calidad. Volveré.

Resulta que el hotel aquel de cinco estrellas no abrió en canícula, sino en diciembre y bajo la corva de la brutal crisis del sector turístico. Pero al mal tiempo, entereza, ingenio, trabajo incansable y buena cara. No extraña, entonces, que estas semanas el Royal River Luxury, presentado como el hotel más espectacular de Tenerife, cuelgue el cartel de lleno. Y a él nos dirigimos, previa reserva, para enamorarnos más de la Isla y de su alteza. Las villas relumbran y garantizan un descanso único. Acomodarse, por ejemplo, entre otras ofertas alojativas del relumbrante establecimiento, en el entorno de una propuesta arquitectónica tradicional africana y en un acogedor interior epicúreo que cuida Maña Losada, es un sueño que se hace realidad y trasciende cuando, a la caída del sol, la piscina exclusiva infinita, que orilla en cama balinesa, enciende bajo el agua cálida un firmamento de luces led. Luego, al despertar, un desayuno flotante con La Gomera en el horizonte refuerza la querencia a este sinigual rincón atlántico tocado por la divinidad.

Tenerife reúne una de las mayores concentraciones deluxe de los destinos turísticos del Mundo. Y no se trata de papas crujientes de los McDonald’s de Ramón Fariña ni el nombre on the rock de un cóctel con bengala. A pocas horas del continente europeo, entornos lujosos para el olvido, el reencuentro y el placer goloso y sobrio, aportan riqueza a un espacio limitado con más del cincuenta por ciento de su territorio protegido. Compromiso sostenible que empuja una clase empresarial valiente que crea empleo y exporta al Mundo una marca sonriente desde la excelencia. Y el Royal River es su última joya.

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