Ilustración: María Luisa Hodgson

Los limones de mi limonero son grandes, más que mis cojones. Perdón por la palabra desafinada, pero la cosa tiene bemoles. En ocasiones, los limones se presentan con formas caprichosas como si fueran un pulpo amarillo con rejos o apepinados cual yellow submarine de los Beatles. Travieso que es el frutal. En sus frondosas ramas con pinchos una pareja de mirlos mantiene un nido. El macho, de plumaje negro y pico amarillo, o sea, del color de mis limones, vuela espantado si me aproximo al árbol. Por eso, de un tiempo a esta parte, observo al limonero desde prudencial distancia. No quiero perturbar la infancia a los polluelos. Los mirlos de mi casa son felices porque complementan la dieta de insectos, gusanos y demás animalillos con aguacates de los aguacateros del jardín de abajo. Tipos listos. Basta que un aguacate caiga al suelo para que lo picoteen y se pongan ciegos con su carne botánica. Tonto el último. En cambio, desprecian los limones. Será que son agrios. Tipos listos.

Me cuentan que el aguacate está por las nubes. Suerte que tengo porque no compro aguacates. Tampoco compro limones. Ante el desprecio de los mirlos hay limones que tras rendirse a la tierra se descomponen (inexorable paso) junto a variopintas materias orgánicas para dicha de las chuchangas. Estos moluscos gasterópodos sí comen limones o lo que queda de ellos. El ciclo de la vida. Por cierto, de vez en cuando, muy de vez en cuando, como chuchangas. Sabrosas. Descubrí que las chuchangas eran comestibles gracias a mi tío Pepe Cuallado. De chico, en Guamasa, cogíamos chuchangas y él nos pagaba veinticinco o cincuenta pesetas según la cosecha. Mi tío Pepe lucía pachucho a todas horas pero duró un montón. Serían las proteínas de las chuchangas y su alta aportación de calcio, fósforo y hierro. Mi tío Pepe estaba casado con mi tía Pili, que falleció hace unos días. Tengo claro que Tía Pili está en el Cielo. En casa siempre escuché que el Cielo tenía que existir porque es adonde va la gente buena después de morir. Y Tía Pili lo era. Así que Tía Pili está en el Cielo.

En los sepelios y en esas y en otras nos reunimos ya tres generaciones. Somos un montón y nos queremos. Mi padre, Rafael, y sus seis hermanas y siete hermanos y consortes, nos enseñaron bien. Ahora estamos más al tanto de Tía Charo, de Tío Víctor y de mi padre. Ahora requieren más cuidados y afecto. Lloros de conforte y consuelo. Alientos al recuerdo que todavía se toca. Miedo al olvido.

La familia García-SanJuán también es numerosa y también sostiene la despedida. Al final no surgió un nuevo yintónic con Pedro ni en Santa Cruz ni en la cantera de Nagüeles, en Marbella. Cuanto lo siento. Al final bastaron dos noches inolvidables con Jamiroquai y Maná en Starlite para apretar aprecios y despistar por momentos al doliente corazón espinado. Bendita la luz de su mirada. Y una copa de cava y conversas y confidencias y cortesías. Fácil estimar a personas de otra pasta, incansables, capaces, divertidas, vivaces. Hasta pronto, querido amigo.

Y pasa presto. Cada vez más en un abrir y cerrar. Primavera, verano, otoño, invierno. Y el limonero, mi limonero, el de los limones grandes (comparancias aparte), nos enterrará o aventará cenizas en las cenizas del Teide. Y se exprimirán futuros limones. Eso sí, Henry Sthepen (descanse en paz) eternamente los querrá enteros, como mis limones.

 

 

 

 

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