Flaco favor le ha hecho al uso del lenguaje inclusivo (que defiendo y promuevo) la ministra de Igualdad del Gobierno español, Irene Montero, titiritera de una nueva realidad integradora que no merece memeces que atentan contra la economía expresiva, campo abonado para la chanza de prepotentes intervenciones mediáticas que tampoco saben de la lengua la mitad. Y nos referimos mejor a lenguaje inclusivo que a no sexista, pues solo el primero evita tanto la discriminación a las mujeres como a las personas que se identifican con distintas identidades sexuales: agénero, bigénero, transgénero, género fluido… O sea, ya no todo el campo es femenil o varonil.
La plena incorporación de la mujer y resto de percepciones arcoíris a todas las facetas de la vida requiere la adaptación de la lengua a este nuevo medioambiente en donde no tiene sentido el empleo del tradicional masculino genérico, herencia de una visión androcentrista anacrónica con el tiempo que vivimos. La masculinidad como referencia ya no es válida aunque las letras minúsculas y mayúsculas de la Real Academia se enroquen en su naftalina. Pero la crítica razonada al inmovilismo no merece gansadas. Harto del postureo de la Montero y demás protagonistas de la política (derecha incluida), docencia, periodismo y resto de figurantes que empiezan sus intervenciones con todos y todas, y a los dos minutos, entre abusos del desdoble, se han olvidado de la inclusión, simplemente, porque no saben usarla de forma correcta. No se toman con fundamento la cuestión. Solo buscan la complacencia inicial de lo facilón para esconder más tarde la atrevida ignorancia, también presente en el solícito público receptor. El desconocimiento de la norma lingüística es cada vez más preocupante entre el alumnado universitario, en general, mal formado en Secundaria, y, lo que es peor, entre el cansado funcionariado y colectivo de enseñantes absorbidos por documentos oficiales en donde la vomitera cargante del o/a es insufrible.
Como escribe con acierto la catedrática de la Universidad de Málaga Susana Guerrero, la lengua española ofrece posibilidades suficientes para evitar, sin agredir las normas gramaticales, cualquier discriminación lingüística por razón de género. En el caso que nos ocupa, la dirigente de Podemos manifestó su legítima y compartida reivindicación con un circo filológico al incorporar la e como morfema a la socorrida fórmula del desdoble o/a. Fue, sin duda, un guiño al colectivo LGTBI+ con el que se reunió. Un guiño innecesario que, como hemos dicho, solo ha contribuido a enervar ánimos en contra de lo que considero una innovación pertinente. Así pues, el “Buenas tardes a todos, todas y todes” pudo sustituirse por un simple y correcto “Buenas tardes”. Luego, en vez de “que una familia, si lo desea, pueda llevar a su hija, a su hijo, a su hije a una terapia de conversión”, mejor “las familias que lo deseen puedan llevar a cualquier integrante de la unidad familiar a una terapia de conversión”. Con posterioridad, la ministra continuó con el espectáculo y en lugar de “al niño, niña o niñe que está sufriendo en un centro educativo” debió utilizar “el alumnado que está sufriendo en un centro educativo”. Finalmente, cambiar “nos ha costado tanto que se nos escuchase” por “nos ha costado tanto ser escuchados, escuchadas, escuchades” no hubiera supuesto mayor complicación.
Se agradece el esfuerzo que los movimientos feministas han realizado para que la sociedad sea igualitaria (no hay vuelta atrás), pero cuando la estrategia se acomete desde la chapuza y el cacareo el trabajo razonable se troca a caricatura. En el Grado de Periodismo de la Universidad de La Laguna, con la conformidad de la mayoría de estudiantes de Producción Informativa (segundo curso), estamos incorporando, con método, compromiso y esfuerzo, el uso del lenguaje inclusivo. Y los resultados son más que satisfactorios, por ejemplo, en el diario digital Periodismo ULL. Ese es el camino.
Por cierto, los artículos que conforman la serie Decalcomanía se escriben en lenguaje inclusivo.