Ilustración: María Luisa Hodgson

Los sombreros realzan mi natural encanto. Lo presentía, lechugino, al mirarme al espejo. Con el tiempo, reafirmó la afectación una colega. Echó flores al porte y la autoestima subió enteros. Desde entonces soy más de sombreros y menos de pelo largo y cano. Si bien, en la actualidad, entre las mujeres, es tendencia lucir cabello blanco o cinericio antes que pasar por el retinte. Confieso que una vez teñí barba de marrón chocolate. Con ella puesta visité Moscú y, peripuesto, bebí vodka como si fuera vino en almuerzos y cenas. Después de aquel viaje no he vuelto a beber vodka. Ahora soy más de tequila. Esta bebida mexicana es de sorbos, no como el vodka que se toma de un tirón. Otra cosa es el tequila boom.

Mis amigos Armando y JP son de micheladas. O sea, cerveza, jugo de limón, picante y sal. Las devoran en El Rincón de Frida de La Noria y en el Chapulín del Callejón del Combate junto a aguachiles de langostinos, tacos de carnitas y enchiladas verdes. ¡Cómo tragan los pendejos! Yo soy más, si de bebidas cabronas se trata, de Coronita y Margaritas. Tampoco soy de Bloody Mary. Y menos desde que lo vomité en una fisna rue parisina una mañana de resaca.

Tengo un sombrero azul marino de ala ancha y cinta con los colores de la bandera portuguesa, que compré en El Ganso, que es como una novia que sí pero no. Una vez se quedó en el ropero de un restaurante a la orilla del Sena. Ya lo daba por perdido. Por fortuna un buen gabacho hizo las gestiones pertinentes, lo recuperó y me lo envió por avión. El reencuentro en Tenerife fue inolvidable, pero quien nace lechón muere cochino. El jodido sombrero ha vuelto a escaquearse. No sé si está en El Médano o en Lanzarote. Sospecho que lo guarda una rubia que vive entre aquí y allí. El sombrero salió listo.

También uso boinas. Lo que más. Prefiero las que tienen un botón en la parte superior, pizpireto toque vintage para estilosos viejunos. El periodista Javier Obregón, que en ocasiones cubre testa y es más estiloso que vintage y viejuno, aconsejó el estilismo. Y de él me fío.

Tengo pendiente comprarle una boina confeccionada con retales o eso creo a Lidia Falcón, una de las pocas sombrereras que, en estos pagos, aderezan cabezas para hombres con pelo en pecho o depilados. De todo hay. De igual forma, Marisa Loleiro y Bea Laynez le dan a la hebra. Diseñan pamelas y tocados especialmente ponibles en pasteles nupciales. Antes de la Pandemia los pasteles nupciales abundaban. Más por el pastel que por el casamiento. Hoy en día, la variante delta del Coronavirus, su pm y que la inquieta pibada aún no se haya vacunado ha vuelto a bajar el ánimo a Loleiro, Laynez y demás profesionales que comen del sector bridal o, si nos ponemos, de cualquier sector de la cultura, el ocio, el espectáculo y el turismo. Es el caso del humorista Manolo Vieira. En un tuit ha escrito que está pensando que, igual, su local de la capital grancanaria, Chistera, dice adiós después de año y medio cerrado. ¡Uff! Al maestro del humor canario se le han caído los palos del sombrajo. Impotente, confiesa sentirse triste, muy triste. No es para menos. Hay cuerpos que no tienen tanto aguante y el suyo está a punto de decir basta. Aunque consuelan las muestras de afecto y ánimo que ha recibido, como las de los cómicos Aarón Gómez y Darío López, que ya se ha postulado para empujar palante, la situación pandémica no parece halagüeña.

El Teatro Pub Chistera agoniza. No hay chistes en el sombrero de copa de la calle Juan Manuel Durán y no sabremos si los habrá en septiembre. Tragicomedia.

Candilejas.

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