Imagino tocar el saxo en lo alto del barranco de Las Angustias. No hay nubes y el calor terrenal se escapa hacia arriba. El paisaje estrellado trae frío a Taburiente. Reconforta la cadencia del bebop. Calienta. Solo falta la ronroneante percusión de una escobilla sobre el charles y la caja acústica. Y tu chasquido de dedos. Gene Ammons (Jug) inspira el solo instrumental.
Hacia el oeste, hacia donde asoma la fumarada, hay una rebelión. Perturba. Molesta. Y no es el voceo del volcán. El volcán va a lo suyo. Impertérrito, distinguido, brama ausente de la algarabía instalada en la granja. Esa cargante y molesta protagonizada por seres humanos de alfombra roja, barro, flashes y cuentas rutilantes en redes sociales. Hoguera de vanidades. Artisteo que se apunta sin casting a la llamarada. Y opina, discute y diserta sobre el nombre que le daremos al monstruo de fuego, de la explotación laboral de Yulian Lorenzo, el mediático recogedor de plátanos, de la construcción o no de viviendas en territorio volcánico, de la ideología de la lava, de disquisiciones antropológicas sobre la canariedad y del olor a huevos podridos. No me extraña.
Será que la vida es eso. El mundo es ansí, escribió Baroja. Y ahora, más. La existencia también es digital y en los teléfonos móviles se vive mucho. Paleta de amores, odios y soledad necesitada de rifirrafes y palmadas en la espalda, aunque sean virtuales. De la clase política ya lo sabíamos. Está en su genética ser maniquí de escaparate. Cortoplacismo en Madrid, en Canarias y en cualquier esquina. Cuando el magma enfríe El Paso sacará pecho porque la tragedia nació allí, Los Llanos de Aridane potenciará su centro de interpretación de cavidades volcánicas y Tazacorte reivindicará su peñón de Gibraltar. En cuanto a la clase periodística (la mía), cansa el exhibicionismo de colegas (pichones de cascarón y asentada veteranía) que cuentan lo chachi que son y el sufrimiento y sudor que supone enfrentarse a la trinchera de la noticia. Héroes y heroínas. Se han olvidado de estar entre bastidores. Quieren ser actualidad, integrarse en la espectacularización del periodismo, meter el micro en la negra tragedia del cayuco. Lo veremos.
Ajena al circo, la gente corriente, la que tiembla con el tremor y barre los centímetros de ceniza en la terraza, vive un drama. Al Teneguía, pese a cobrarse la vida del vecino Juan Acosta, se le quería. A la Cumbre Vieja, ahora, no se la quiere. En 1971, desde la Montaña de las Tablas, se curioseaba la erupción. En 2021 hay miedo. Punzan los estampidos de las explosiones. El rugir constante, que suena como una fragua, es como el mar malo. Las coladas se llevan esperanzas, ilusiones, futuro… Se llevan la casa, fanegas enteras y celemines. Quienes viven cerca de la escoria ponen la tele alta por la noche para aislarse del tronar incesante. Hay quienes no lo aguantan y se mandan a mudar. En el barrio de Todoque ya no hay iglesia, farmacia, colegio, carnicería, bar… Ya no hay arraigo y herencia. El magma expulsado es como la langosta. Acaba con todo, menos con la reciedumbre de mujeres y hombres que estarán bien mientras no se entre en detalles. Lágrimas que no son para la galería.
Tras la fiesta, con el tiempo, un pájaro cagará sobre la piedra y nacerá una tabaiba. Entonces, la gente corriente, el voluntariado, la generosidad, las fuerzas y cuerpos de seguridad, la comunidad científica contará historias, las que el buen periodismo, distante del ruido e ínfulas, requiere. Los millones de metros cúbicos de prime time, los hilos de Twitter, los comentarios de Facebook, las fotos de Instagram, los bulos mirarán hacia otro lado. La feria tirará a otros platos.
Y en la Isla Bonita se abrirán carreteras y atarjeas para mojar nuevos cultivos en bancales.