Me cuentan una historia que se narra en un pódcast, una de esas que se escuchan con sosiego. Si no, no tiene sentido. El pódcast se saborea como se saborea un plato calmoso. Sin premuras y con tardeo. Es la dicha del slowly de Aute a quien a menudo me arrimo. Resulta que un hombre del Sol Naciente topó un día con una pareja desesperada al borde de un acantilado. Sin trabajo, sin abrigos, sin ardores y sin amores que dar y recibir. Una pareja abatida con presente efímero y sin futuro. Al menos (consuelo) la pareja se tenía. Pero no era suficiente. La amargura pesaba al cuadrado. Peor, dicen, es la soledad. Que tanta hay y duele y entristece y consume. El caso es que el hombre del Sol Naciente se acercó y preguntó. Escuchó y comprendió. Atendió y compartió aliento. No juzgó ni calificó ni censuró. Solo se aproximó y tendió la mano, la mirada y el corazón sin demagogia. ¡Qué fácil! ¡Qué difícil! Cuánta prisa y cuántas prontitudes aceleradas. Ritmos contemporáneos de despacho y misiles si tercian.
Tanto abrazó el hombre del Sol Naciente que la pareja desestimó lanzarse al vacío. El sentimiento trágico de la existencia se dio de bruces con los endecasílabos heroicos de Unamuno: “Yo te espero, sustancia de la vida: / no he de pasar cual sombra desvaída / en el rondón de la macabra danza, / pues para algo nací; con mi flaqueza / cimientos echaré a tu fortaleza / y viviré esperándote, ¡Esperanza!”.
Entonces, el hombre del Sol Naciente acompañó a la pareja, ya sin angustias ni aflicciones, al Gobierno cercano. La brisa soplaba fuerte los ánimos y cerraba los ventanales a la zozobra. Y del mar la pareja se enamoró y del aire y de los andares, antes mohínos y cansinos. Al llegar a la Oficialidad el hombre del Sol Naciente se reunió con el regidor pertinente y tras plantear la situación dejó en sus manos la confianza y la resolución.
A los pocos días el hombre del Sol Naciente regresó a la Administración para interesarse por la pareja. Le recibió de nuevo el regidor, quien, desolado, le comunicó un fatal desenlace: la pareja se había suicidado tirándose al abismo. Sobrecogido por la noticia el hombre del Sol Naciente preguntó, extrañado, el motivo de la trágica decisión. La contestación fue rápida, institucionalizada y sin rodeos: “La pareja abandonó nuestras dependencias después de que no encontrásemos el departamento ni el personal adecuado para solucionar el problema que nos planteó. No pudimos evitar la desgracia”.
Apesadumbrado, el hombre del Sol Naciente deambuló durante horas sin encontrar respuestas al desaliento que sentía. Vagó de aquí para allá hasta que decidió acudir todos los días al acantilado para guardar a las personas de la desesperación.
Según Cáritas, más de 630 000 personas viven en Canarias en situación de pobreza y exclusión social, mientras que unas 300 000 están en situación de exclusión severa.
Solo el 15 % de las personas en exclusión severa percibe, en la actualidad, la ayuda del ingreso mínimo vital.
Más de 120 000 núcleos familiares tienen a todos sus convivientes en paro y unos 180 000 hogares han dejado de comprar medicinas.
El 28 % de los hogares cuya sustentadora principal es una mujer se encuentra en situación de exclusión, frente al 22 % del liderado por un varón.
Casi la mitad de los hogares encabezados por una persona extranjera (47 %) se encuentra en situación de exclusión.
La tasa de exclusión entre las familias con niños, niñas o adolescentes es del 35 % frente al 17 % cuando solo hay adultos.
Uno de cada tres jóvenes entre 19 y 29 años está afectado por procesos de exclusión social (33 %).
165 000 familias (19 %) se sitúan en pobreza severa tras pagar el alquiler o la hipoteca.