En Santa Cruz de Tenerife, en la calle Salamanca, número 5, me hice periodista y también me desencanté de la profesión para, a renglón seguido, quererla con locura. En la Redacción aquella de Diario de Avisos pasé de la máquina de escribir al teclado y a la pantalla, y presencié como el cuarto oscuro y las fotografías de papel de Lucio Llamas, Javier Ganivet, Carlos González y Sergio Méndez daban paso al imparable universo digital. En aquel edificio, que fue sede de la fábrica de Tabacos Jean, me embriagaba el olor a química de la Fotomecánica y el rugir de la rotativa de Bolívar. Algunas madrugadas me quedé de guardia. Algunas madrugadas dormité entre páginas. Algunas madrugadas apagué la luz.
Con el director, Leopoldo Fernández, pisé la trinchera de la noticia, la magia de la crónica, las confidencias de la entrevista, la crítica del artículo. Y aprendí a titular, a no repetir palabras y a bailar con las letras. Felices y azarosos noventa. Años antes viví, de refilón, las desapariciones del familiar La Tarde y de La Hoja del Lunes, al igual, que después, ya más consciente, atestigüé las de Jornada Deportiva, La Gaceta de Canarias y, más recientemente, la de La Opinión de Tenerife. Crecí entre periódicos y con el runrún de una frase que no se olvida: «Él solo se murió y entre todos lo mataron», en alusión al cierre de El Diario de Tenerife de Patricio Estévanez. Porque la empresa informativa, como cualquier otra mercantil, está sujeta a los vaivenes del mercado, a los errores y aciertos de la propiedad. Por eso, para evitar males mayores, debe atenderse con esmero, pertrecharse ante las dificultades que siempre llegan e innovar constantemente. No queda otra si se quiere ser competitivo. Sin embargo, pese a la disrupción del bit, la sustancia del periodismo no ha cambiado. Se trata, al igual que ocurría en los siglos XIX y XX, de contarle a la gente lo que le sucede a la gente, de contar historias con honestidad y solvencia profesional. De igual forma, que no falte, es preciso meterle un poco de swim, la sazón justa para que el mensaje seduzca y enamore. O sea, buena prensa para tiempos revueltos de fakes y mediocridad.
En la actualidad, aquel inmueble de Salamanca, que en 1990 levantó una nueva planta para albergar los estudios de Teide Radio, se está derruyendo para construir viviendas. A rey muerto, rey puesto. Con anterioridad, Diario de Avisos estuvo en la calle Santa Rosalía. Fue su primera ubicación en la capital tinerfeña tras trasladarse de Santa Cruz de La Palma en 1976. Esta edificación todavía se mantiene en pie aunque con uso residencial después de someterse a una cuidada rehabilitación realizada por el arquitecto Luis Mora.
En febrero de 2015 el Grupo Plató del Atlántico, propiedad del empresario Lucas Fernández, adquirió la mayoría societaria de la editora Canarias de Avisos, S. A. (Canavisa), hasta entonces en manos de Elías Bacallado Hernández. Fue la salvación para un medio de comunicación que languidecía. Subir cuesta sangre, sudor y lágrimas. Bajar, en cambio, acaece en un abrir y cerrar de ojos, apenas sin darte cuenta.
En 1982 Diario de Avisos tampoco pasaba por su mejor momento. Entonces, el chute económico llegó de la empresa Difusora de Tenerife, S. A. (Ditesa) que se había constituido para salvar a La Tarde. No obstante, al final, se decantó por el diario que dirigía Leopoldo Fernández. Lógico. Invertir en el relanzamiento de un periódico de tarde hubiera sido incongruente en la España de los ochenta, testigo de la muerte incesante de vespertinos. Además, la presencia en Ditesa de Pedro Modesto Campos, presidente de Canavisa, impulsó, sin duda, la operación.
2022 y el decano de la prensa de Canarias, ahora instalado en la zona franca de la Dársena Pesquera, continúa escribiendo la historia del periodismo situándose entre los más antiguos de los que se publican en español en el Mundo.
Siglo III. Número 46 142.