Antes de escribir estas letras barajé abordar el fenómeno Chanel, pero no. Por el momento no entra en mis planes profundizar en sus encantos. La vi actuar en la Gran Gala de Elección de la Reina del Carnaval de Santa Cruz de Tenerife, que seguí por televisión. Y me gustó. También pensé en sumarme a la furia blanquiazul, pero a estas alturas, después del lamentable riqui-raca carnestolendo del Recinto Ferial, poco más se puede añadir al delirio colectivo.
Tras los descartes, me centraré en Lanzarote, en la creación artística y en los afanes de la Fundación Curbelo Santana por generar cosas buenas. Hace tiempo que la pintora y media naranja de esta entidad localizada en el municipio conejero de San Bartolomé, Rufina Santana, participa y activa incontables iniciativas que contribuyen a enriquecer el intelecto y alientos que merecen cuidado, compromiso y cacumen. Esta mujer tiene algo, un algo que arrastra y encanta. Fácil dejarse llevar por su afabilidad, buen trabajo y generosidad. Y buen humor. Su última apuesta es acometer, junto a la Universidad de La Laguna, el primer campus universitario que se organiza en España orientado a la escultura. Se trata de una residencia artística para estudiantes de Bellas Artes que, bajo la dirección académica de la profesora Itahisa Pérez Conesa y el respaldo del decano, Alfonso Ruiz, emprenderá propuestas enfocadas a sentir el territorio. Para ello contará con docentes y profesionales de la escultura y de otras áreas de conocimiento enfocadas al desarrollo personal en el mundo laboral. Además, participará alumnado de escuelas artísticas y del Grado de Periodismo. Estos últimos, para contar en tiempo real lo que acontezca durante la última semana de julio.
El Campus de verano, que nace con vocación de continuidad, contempla charlas, salidas de campo, clases y tiempo para pensar y de ocio para que la experiencia en común sea lo más fructífera y satisfactoria posible. Buena pinta. Muy buena pinta. Y me apuntaré. No seré alumno. No es el caso, aunque sí seré un residente más para absorber como una esponja todos los minutos de la convivencia. Cogeré recortes, opiniones, vivencias… Saldré al paso de contratiempos, cargaré mochilas y tomaré nota de las dificultades que se presenten (siempre surgen). Sin querer, queriendo, me empaparé (nos empaparemos) de universidad, de convivencia, de la magia de Lanzarote, del viento, de la tierra, del volcán, de miradas, del blanco, del verde, del gris, del negro, del canelo, de la piedra, de los campos de batata, de chabocos o huecos en el risco, de paisajes de vides que parecen cráteres que se pierden… Y beberemos en copa un vino blanco a la luz de la luna lunera con queso blanco, jareas y lo que haya por ahí. Seguramente caerá alguna guitarra y alguien se lanzará a cantar suave para terminar, si procede, a voz en grito y carcajada grande. Será fácil enamorarse de la vida y de la necesidad de complicarse la vida. Procede complicársela en este tercer milenio reivindicativo y comodón. Con Rufina Santana es factible. Con ella y su compañero del alma, el escultor Paco Curbelo, el arte, como el biruji, cala en los huesos. Ese arte comprometido y sostenible que dialoga libremente.
Hace años que el iluminado César Manrique levantó sensibilidades y creó una escuela que sigue latiendo. En unos sitios más y en otros menos (quedémonos con el más). Es la pasión que levanta esculturas, por ejemplo, en el fondo marino del Museo Atlántico. Es la pasión que nació un día de fariones y meses después cristaliza entre picones, el borde de un camino, un contenedor adaptado, un perro que se llama Milo y un palmeral. Es la pasión que combina conocimientos profundos con la inspiración que aguijonea, la experimentación que estimula y la innovación que desafía.