Ilustración: María Luisa Hodgson

Penetrable no es un artilugio que espanta a la masturbadora Pam y a la caterva de seres poseídos por el odio que la exaltan porque odian y se conjuran contra la cópula. Penetrable es el candor de la infancia a cualquier edad que se adentra en una lluvia de espaguetis sin parmesano ni tomate ni boloñesa ni carbonara. Penetrable es entrar y no querer salir del raudal de pasta sin temor a hervir en agua caliente. Penetrable es esbozar una sonrisa como terapia frente a quienes se enrocan en la acidez de la amargura. Penetrable es sumergirse en un oasis de felicidad lejos de los escaños de sus abruptas señorías. Penetrable es recuperar el espíritu de vanguardia, brisa vivificante en la soberbia de quienes únicamente arriman el ascua a su sardina y desprecian con ideología hiriente. Penetrable es recuperar los juegos de niños, alientos cándidos que se alegraban con cinco duros junto a la Palmera y en torno a la Tetuda del Parque, gloriosa maternidad de Borges Salas. Penetrable es sentirse seguro en la reciedumbre del cardumen ajeno a la fragilidad del uno. Es mezclar el llanto mío, desahuciado, con el lloro inmisericorde de la fibra textil. Penetrable es ausentarse del tiempo, abrigarse si hace frío, consolar la ausencia, esconderse de las miradas entre hilachas. Penetrable es huir del conflicto y hacer las paces con tu pareja hasta el fondo. Despacio. Penetrable es no calentar los macarrones en el microondas. Perderían su esencia. Penetrable es sentirse intrínsecamente en lo íntimo con las luces apagadas en un solo cuerpo. Penetrable es que las gotas resbalen sobre el peso de tu cabeza y no mojarte. Es la poética en la inmensidad del aguacero, nadar en seco en un laberinto queriente de hilos largos sin cielo. Penetrable es un bosque de lianas doradas en la selva de Tarzán y sus alimañas. Metraje de voces en grito, tañido de lágrimas abatidas o silencio. Penetrable es el zumbido de las cuerdas de Stravinsky en La consagración de la primavera. Es viento de metales y madera, y la percusión (tan, tan, tan) que acelera, desconcierta, eriza y ciega. Norte, sur, este y oste. No hay Estrella Polar ni astrolabio que marque rumbo. Penetrable es cogerte la mano y apretarte bajo una ducha que es mentira. Malditas alcachofas de la infamia. Penetrable, entonces, invita a salir de la cueva, a viajar a Insectopía: refrescos, comida basura, golosinas, carretera. Penetrable es buscar amparo en el corazón de infinitos filamentos flexibles que asientan cultura. Certidumbre del ser. Quiero envejecer en tus entrañas hasta que un día vea mi esqueleto y la materia muera. Indiferencia, angustia o eternidad. Ea. Penetrable es herencia y piel de arquitectura. Homenaje a cincuenta años de esculturas en la calle con pintadas, violencia y flirteos. Es el precio que paga el espacio público: luces y sombras, civilidad y vandalismo. La uniformidad es ilusoria. Convivimos con bichos raros, ovejas negras y caníbales. La fruta prohibida es reclamo. Mordida, inocencia o maldad. Es la genética del animal racional. La realidad siempre supera a los drugos de La naranja mecánica. Por eso toca lavar la ropa, recoger basura, limpiar grafitis furtivos, baldear meadas en esquinas y callejas. Penetrable, ahora, es dialogar con el hormigón, con las grecas transparentes de Herzog & de Meuron en TEA. Encuentro, maridaje de arte inmersivo. Hermosura, éxtasis, danza, ceremonia, visión. Tensión y paz. Resurrección de cordones de nailon en una estructura metálica de hierro que después de mayo buscará su lugar en la trama urbana. A la tercera va la vencida. Catarata, barbas de ballena, cortinaje translúcido patrimonio de Santa Cruz. Penetrable, la criatura de Jesús Soto, no quiere ser efímera.

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