El hartazgo ante los atascos ha vuelto al primer plano de la actualidad en estas fechas preelectorales, normal en uno de los territorios del planeta Tierra con más vehículos por habitante. Quienes gobiernan en el Cabildo de Tenerife y Ejecutivo autonómico aceleran con el tercer carril de la TF-5 desde Guamasa a La Orotava, mientras que quienes optan al Palacio insular prometen o presentan medidas de choque a noventa días. En el XXI solo Ricardo Melchior le ha puesto el cascabel al gato. Su tranvía es modelo. Luego, nada nuevo con Carlos Alonso y Pedro Martín. Y ahora, el trinar de Rosa Dávila y Lope Afonso.
El caso es que en la mayor isla de la Macaronesia la sarna con gusto no pica. A su población le pone rodar en automóvil, medio de locomoción que ya no es un artículo de lujo. Sacarse el carnet es empeño tanto para la persona avezada como para la de menos luces: torpe en el aula, impaciente con la documentación.
Desplazarse motorizado hasta la esquina eleva la autoestima. Es recrearse frente al espejo, ascender en el escalafón social o remolonear en la cama. Pocas almas escapan al influjo de las cuatro ruedas, sostenes del picadero, merendero, camastro, cabina telefónica y platea. El auto es mi tesoro o amargura según qué. Supone dedicarle parte del sueldo sea utilitario, coupé, deportivo o alta gama. Es jugar a la ruleta rusa con unas copas de más o arriesgar vidas ajenas.
La máquina es muy cómoda. Basta con sentar el culo y manejar desde el salón de casa hasta los Roques de García. Se nos llena la boca con el efecto invernadero y el cambio climático, pero no toquen mis pistones, mi cigüeñal, mis bielas, mi cinturón de seguridad, mi bluetooth, mis mocos, mi conducción en hora punta. Querido y maldito pronombre personal encendido en piel volcánica. Paraíso quemado, limitado y frágil.
Mi yo es prioridad. Por la mañana temprano, en la autopista hacia el Área Metropolitana, no valoro la ocupación. Conducimos en soledad: un ser humano, un coche. No enredes, tengo prisa, mal humor, no he desayunado, vivo lejos, me duele la cabeza y el nervio trigémino, suelto improperios, he dormido mal, el mundo en mi contra, desafino y lloro. Disculpas incendiarias con gasolina. Lo dicho, mejor solo o sola. Endiablado egoísmo al volante, presión para una política cortoplacista que parchea con asfalto el cabreo inconsciente del acomodo a conducir.
El uso privado razonable debe complementarse con una eficaz red de transporte público, actuación que requiere liderazgo, dinamismo, estudio, planificación y consenso. En este momento se está corrigiendo el borrador final del Plan Insular de Movilidad Sostenible, buen trabajo impulsado por el vicepresidente primero del Cabildo, Enrique Arriaga. Es de justicia reconocérselo. Esperemos que tras las Elecciones, entre quien entre, se presente y no caiga en saco roto.
Qué difícil parece todo. Tenerife encallada, cainita. ¿Dónde está el brío, el espíritu cabildista de Anaga, Teno y Rasca? Ya no creemos en la épica, en la imaginación, en el mencey. Pusilánimes. Miradas cortas que restringen, adormecen. Atrás queda el aliento pionero de José Miguel Galván Bello, presidente del Cabildo desde 1964 hasta 1971, y Juan Amigó, delegado provincial de Obras Públicas, impulsores en 1966 de la Autopista del Sur, infraestructura que fue esencial para el progreso de la comarca meridional. Hoy, cerca de seis décadas después, la TF-1, entre los enlaces de Las Chafiras (San Miguel de Abona) y de Playa de las Américas (Arona), sufre colapsos continuos en el tráfico. ¿Y? Ya está bien.
El Teide, menhir inerme en el réquiem de una ciudadanía murguera y clase dirigente, en general, mediocre, fofa, apesebrada (¿qué hay de lo mío?), demanda hace años soluciones. ¿Los trenes al Sur y al Norte se quedaron en un sueño? A la mar voy todavía.