Ilustración: María Luisa Hodgson

A raíz del deplorable episodio acaecido en el estadio de Mestalla con el jugador del Real Madrid Vinícius, la lucha contra el racismo se ha instalado en el primer plano de la actualidad en España y parte del extranjero. Hasta el Corcovado de Río de Janeiro se solidarizó con el paisano para sonrojo patrio.

Los insultos de unos energúmenos destapó la caja de los truenos después de que la sangre llegase al río una tarde de domingo. El protagonismo mediático del futbolista brasileño agredido no dio lugar a medias tintas. Tolerancia cero. Autoridades y sociedad en general, a una con la víctima de raza negra. En 2023 no se pueden admitir actitudes xenófobas aunque vengan de unos pobres diablos de mecha corta que no saben hacer la o con un canuto. Pero el diablo también viste de Prada. La crispación no solo se exhibe en las gradas. La leemos, habitualmente, en Twitter y la escuchamos, habitualmente, en murmuraciones de palacio.

El clima de confrontación, alimentado, lo sabemos, por parte de la clase política, es tónica habitual. Hay quienes vomitan repugnantes exabruptos a voz en grito en el deporte como terapia incivilizada y hay quienes, con enfermiza distinción, diseccionan con bisturí de hoja estrecha y puntiaguda. Sorprende (o no) que esta amoralidad creciente asiente el tuétano de una población hipersensible dominada por la Cultura de la Cancelación.

Bien es verdad que sacar el cuero es consustancial a la naturaleza del ser humano. Pocas almas virtuosas luchan contra esta lacra que erosiona la convivencia. Son raras avis entre el hedor de la carroña pública y la murmuración sottovoce. Malditas humedades en vena que desconchan y extienden moho, hongos, ácaros y malos olores. Jaulas de grillos insalubres en cualquier vuelta de esquina.

En este medioambiente caldeado consuela que el próximo 16 de junio finalice Sálvame, programa de Tele 5 paradigma de la telebasura. Se esperaba tras el cese de Paolo Vasile, consejero delegado de Mediaset. Muerto el perro, se acabó la rabia de Jorge Javier Vázquez y su cohorte de correveidiles. La historia de la televisión les recordará como cuerpos con bocas sucias sedientas en el terror de la vida, como cacho carnes hirvientes en una pocilga de miserias putrefactas.

El día después de Sálvame escucharé sereno el violín de Itzhak Perlman en La lista de Schindler. La sobrecogedora banda sonora de John Williams abrazará esperanzas. Entonces, me serviré una copa de vino.

Ahora, mientras tanto, sumido en la Jornada de Reflexión previa a las Elecciones de mañana día 28, recibo decenas de impactos violentos en las redes sociales. Las maquinarias propagandísticas de las formaciones que concurren a los Comicios hacen la vista gorda y continúan disparando su artillería pesada contra los rivales de urna. Las malas artes se estiran hasta el último suspiro. En campaña electoral no se salva nadie. Todos los partidos, todos, los mismos que hoy lamentan consternados el agravio al delantero madridista y enarbolan banderas de ejemplaridad, han pagado a miles de troles para que enfanguen el universo digital con falsedades y ofensas. Repasemos el dato que me filtra un colega metido en el ajo: en Canarias, hoy sábado, hay más de mil troles que están alborotando, molestando y provocando. O sea, considerando diecisiete comunidades autónomas, Ceuta y Melilla, más de veinte mil en el Estado español. Tanta democracia, tantos tratamientos de cortesía en las Cortes Generales, parlamentos y casas consistoriales, tantos debates electorales, tanto servicio público, tantas monsergas para esto. Sepulcros blanqueados.

El día después de este odioso enfrentamiento por una poltrona escucharé animado la voz rasgada de la eterna Tina Turner. Rodaré fuera de control con Proud Mary. No perderé ni un minuto de sueño en la mierda que arrastra el río.

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