Ilustración: María Luisa Hodgson

Pedro Sánchez, retratado por Arturo Pérez-Reverte como un aventurero de la política, un pistolero, un tipo que no repara en nada, un jugador de ajedrez con instinto asesino, se ha embarcado en una cruzada para combatir la desinformación. En su efectista carta del 24 de abril introdujo el término máquina del fango, artilugio, escribió, que «trata de deshumanizar y deslegitimar al adversario político a través de denuncias tan escandalosas como falsas».

La máquina del fango la creó el semiólogo y escritor italiano Umberto Eco en su última novela, Número cero (2015). La obra presenta al periódico Domani, concebido para chantajear a las altas esferas. Miserias impresas que nunca verán la luz. Extorsión y un buen titular en un confortable despacho.

Agradecemos los desvelos del presidente español por limpiar las cloacas del periodismo, que las hay, pero no entendemos que en la caza de brujas únicamente apunte a la derecha y a la ultraderecha. ¿Por qué elimina de la quema a las ideologías que se escoran a la izquierda? ¿Presupone que quienes izan banderas siniestras son almas cándidas que no rompen un plato? Pero hay más preguntas: ¿por qué excluye de las malas artes a los partidos políticos y poder ejecutivo? ¿Por qué identifica como único enemigo a los «pseudomedios»? ¿Considera a estas alturas digitales del siglo XXI que los medios de comunicación continúan ostentando el cuarto poder? ¿Qué papel juegan en esta ecuación las plataformas sociales? ¿Los troles que pagan PSOE, PP y demás formaciones ejemplares y democráticas no son una amenaza? ¿Sus mensajes subversivos no merecen control? ¿El deseado comité gubernamental para desmentir bulos solo salvaguarda a quienes se sientan en poltrona electa? ¿El infecto color rosa que trae y lleva cuentos y chismes en televisiones, radios, periódicos y revistas no requiere vigilancia del Gran Hermano? ¿Hay basuras de primera y segunda? ¿Qué hacemos con el periodismo activista al servicio de banderas partidistas? ¿Y con las injerencias de los gobiernos de turno en las radios y televisiones públicas?

Ante tanta tela que cortar parece una frivolidad focalizar el problema de la posverdad en una parcial lectura de situación. El hombre, la resistencia, el apego, el derecho, la calle, el líder… El personaje por encima y la domesticación de la realidad. No.

La Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE) difundió ayer viernes, 3 de mayo, Día Mundial de la Libertad de Prensa, un manifiesto que reitera su firme compromiso con la defensa del periodismo como pilar fundamental de la democracia, al tiempo que pide «terminar con la crispación generada por la polarización política y la desinformación que emana de ella». Además, reclama a los grupos políticos que «no fomenten la difusión de mentiras mediante el uso perverso de las redes sociales y las presiones a los medios y periodistas».

En el desorden, en el dolor del instante, en la decepción del hocico que creía digno, en el hallazgo de maletas con doble fondo, la FAPE también sonroja al periodismo al tener que recordar que los principios éticos y deontológicos que rigen el ejercicio de la profesión implican estar vigilantes y criticar la acción de los gobiernos sin colocarse en «trincheras de uno u otro lado». Autocrítica. Pena olvidar una de las tareas principales del periodismo: preguntar, investigar y denunciar comportamientos irregulares.

Instalado en el pesimismo de la herida que no cicatriza (poca esperanza tengo ya en la vecindad) compraré un día de estos el libro postrero Baumgartner (2024) para sobrevolar el cáncer de pulmón que se llevó por delante a Paul Aster en su casa de Brooklyn. La consciencia del testamento hace que los recuerdos atemperen la palabra, esquiven el desánimo. En este país cainita y un tanto desquiciado siempre nos quedará la Transición y Victoria Prego.

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