Ilustración: María Luisa Hodgson

Hay pulpos que no se entienden sin vaso vino. Hay noches, días y años que no se entienden sin un abrazo. Pero quién quiere entender cuando en la mesa hay pulpo y cuarta vino. Quién recuerda maguas si hay risa con olor a tollos. Los tollos en salsa son una delicia. Y papas arrugadas. Con buen humor, pulpo, vino y el condumio que sigue la vida se come a gusto. Comer la vida a disgusto no tiene sentido. Es como ir al bajío, a los charcos temprano, con maresía y aires de tarajales, y no pulpear. O no coger burgados para luego macerarlos en un frasco con vinagre de vino blanco y hoja de laurel.

Las lapas y chocos a la plancha son otro idilio con el rompiente. Y mojo verde. Y pan pa mojar. Pero que no te den gato por liebre ni tumbo por puchero. En caso de duda, mejor pulpo y vaso vino, salitre que empape el bañador. Lo bueno por conocer son milongas. Me quedo contigo, morir contigo y extremaunción. No me cuentes rollitos de primavera ni cuentos chinos. No justifiques razones. ¡Mándate una papa! Que no te asuste el pulpo. Él está más asustado que tú.

Los cangrejos, de noche, también se asustan si los alumbras con una linterna. Animalitos. Entonces se paralizan, olvidan caminar de lado y guanajos acaban en la penumbra del saco. Cuando la luz encandila no presientes el embate de las olas. En el desconcierto das palos de ciego, eres pelele en la corriente, carne de cañón. Frágil, pierdes la cabeza. Y para perderla, que la pierda el camarón con una cerveza paciente. No hay mal que cien años dure ni cuerpo que se resista a un plato de camarones.

Peces tiene la mar y naranjas cuando canta el poeta. En el plato son pescado fresco, cherne si lo comes a la plancha o en sancocho con batata, pellas de gofio, papas guisadas y mojo colorado. El bacalao encebollado y la dorada (fuera de carta) avivan recuerdos a Cruz del Carmen y laurisilva, a arena negra, charcos, arrullos y pandorga. A erizos de mar, pejes verdes, fulas y viejas. A casas de comida en Los Abrigos y su piedra de lavar junto al poyo de la cocina. Y una higuera, cañizo, cholas, pulpo y vaso vino. Aires de Lima sin ceviche, jareas colgadas en coplas de Fuerteventura.

Medianías en Arafo, Tegueste, Icod y La Matanza con garbanzas, brasa y queso blanco. Y gente querida. Quiero decir, tiempos que se retienen en la dicha y se alargan y deslizan. La amargura enrocada en su póstula no merece sazones. Es incomible. Otra cosa es la ropa vieja y su aroma a tomillo, cilantro, perejil… La tierra que germina. Y chorizo perro en la fritura.

Tesoros en la alacena: almendras en flor, conservas, hierbas y una lata de Quality Street. Apetencias furtivas a leche condensada, golosinerías en la nevera: huevos moles con gofio, quesillo y bombón gigante o mus de chocolate, según. No volverán aquellas habaneras en la Marquesina y abajo en el Sur. Domingos de agua salada, chilajos, ¡chico fuera! Faroles al envite y reglas de oro para el dominó con Tío Miguel: “Perseguirás con ahínco doble seis y doble cinco”.

Remembranzas a calor de castañas asadas, palabras y cacahuetes en el Bodegón Tocuyo de La Laguna. Amor a los veinte. Ganas de parranda en un guachinche con Paco Déniz junto a la acequia. Que Dios nos guarde de la Isleta al Refugio y al Muelle Grande.

En Guamasa los vencejos siempre vuelan en junio. Tardes de prórroga en azules de cielo eterno. Segundos más de vida. ¡Ay!

Ayer cené en El Puntero.

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