Lo noto. Noto el viento tras el ventanal roto pintado con un jazmín. Y noto la belleza en el pulpo, en el verdejo y en la sandía y tunos con gofio. Lo noto. Fácil notar el transcurrir despacio, sin prisa, en el comedor de verano de Lanzarote. Y su viento y el fresco, a veces, de San Bartolomé. Noto también las mañanas y las tardes breves en la grava, en las sandalias, en el teclado y en el tarareo de las niñas. Luego, la noche. Una noche escuchas otro viento y el silencio. Y otra noche, una guitarra que se rasga, armónica, durante trece segundos. Vuelan los días despacio, sin prisa.

Noto huesos y músculos con Javier Arozena, el que baila con el territorio del cuerpo y observa el paisaje en una performance de miradas. Frente a frente, plasticidad de movimientos o, simplemente, sentarte y con los ojos cerrados prestar atención al sonido. Expresión artística con lienzos de Rufina Santana, diamantes de Paco Curbelo y un parque escultórico que crece con la profesora Itahisa Pérez Conesa y sus estudiantes de Bellas Artes de la Universidad de La Laguna. Primero fue La sombra del soco y ahora, un rectángulo dorado. O sea, detrás de los troncos están las palmeras.

Noto a Mararía en Femés, joven y añosa, amante y sola. El pueblo escrito de Arozarena, que se echa junto a la Atalaya de las Mujeres y el macizo de Los Ajaches, reabre historias antes de dejar Isla de Lobos a babor. No oigo ladridos, sí una canción con picón a estribor. No hay máquina del tiempo más de moda que una vieja canción para perderse, morena mía, en la vendimia de La Geria, en un molino quieto y en una vaca añil. Embrujo.

Troncos de palma púrpura contra el picudo marcan camino hacia el valle que antes fue de cebada y trigo. Naturaleza frágil y lírica en un paraíso atlántico que cuidó Manrique y hoy es eternidad. No puedo evitar enamorarme de tus calores de menopausia que no son final sino principio. No hay cansancio en la cultura, en la resurrección de torsos quemados al mediodía, baby.

Noto tus manos entre las mías, en la tierra, en el agua, en el volcán, entre querientes tonalidades sin cochinilla. Manos que sueldan el estío en un taller y en un parque escultórico hacia poniente. Trabajos de sol a sol con la radial y la ayuda de un torito. Pilares de basalto y puntos que posicionan perspectivas cambiantes. Como la vida misma. Una hormigonera, piedras grandes, pequeñas, cimiento, Clipper de fresa y gotitas de lluvia vistas y no.

En el centro de la Isla del Fuego piezas de bronce y una exposición que se presenta al Mundo en peanas de aliento. En torno a ellas respiro, imagino sin rastafari. Son abrazos tiernos con un Melendi melódico y la Luna menguante que madruga. Stand by me. Negro, amarillo y mármol latiente en una esbelta y sinuosa escultura que preside. ¿Bailas guapa? ¿Mueves cintura? Eres tremenda.

En un descapotable como de Barbie y con clásicos italianos que rompen oído embarco a Venus. Me desvelo y Juanita Banana culebrea lenta salpicada en sudores de grandes playas de arena blanca y olas perennes. No hay quién lo entienda. Quién quiere entender a finales de julio en el desquicie hispano. Lo noto. Fuera hace frío. Superioridades morales, guerra a pecho descubierto con un manual de supervivencia y dos colores: azul y rojo. Nos va la vida en ello. Permíteme que me ría. No es pasotismo. Es la constatación del hartazgo. Me quedo en casa de Rufina y Paco.

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