La España dividida, la del no pasarán, la de Chanquete, la que antes era podemita y hoy continúa siendo perro flauta con otro collar. La del alucino pepinillo, la fascista y otras hierbas. La que se rasga las vestiduras con la extrema derecha y entiende comprensiva a la extrema izquierda. La tolerante, cáustica y castigadora. La vaciada, la urbana, cansada, ácrata, maleducada, ignorante e intelectualoide. La vulgar, la pija tonta de silicona, hialurónico, bichón maltés y pobre chucho abandonado de ojos abatidos. ¡Ay! Las Españas nuestras etiquetadas que hacen el amor y la guerra. El enigma histórico de Sánchez-Albornoz es imperecedero. Yin yang en una Celtiberia Show, que diría Carandell, que en 2023 solo coincide en una cosa: que se quede embarazada la Mary.
El Instituto Nacional de Estadística evidencia lo que ya sabemos: la pirámide poblacional hispana está más invertida que nunca. Esto es, en las próximas dos décadas las franjas de edad situadas en la parte superior (baby boomers) serán las más numerosas. Se avecinan años donde el bolerito y la Dolce Vita de Ryan Paris marcarán tendencia. ¿Bailas muñeca? Quiero algo contigo, agarrarme a tu falda. Pasearé de noche y de día sorteando mujeres. La diferencia de género es incontestable: más de un millón. El sur de los Pirineos es de ellas. Me dejaré querer. Envejeceré atado al aliento femenino. Disfrutaré junto a chicas divertidas, caminaré con Cyndi junto a su sol. C’est la vie.
Tiempo de exprimir limones antes de que las uvas sean pasas. Las nuevas generaciones no están por la labor de sostener el estado de bienestar. Están a lo que están. A lo suyo. Muslos de quita y pon, no saben lo que es amar. Es verdad que no corren peligro crítico de extinción como los rinocerontes de Sumatra, pero son de colección y porcelana. La magia se quedó en el Sena. Lidiamos con cigüeñas insensibles que no leen literatura ni caen del Cielo con sombrero, abrigo y paraguas. Planifican, plastifican, priorizan, justifican. ¡Bah! Caricias efímeras sin letra. Se las lleva el viento. Los cipreses han dejado de creer.
Con la parca descendencia hay quienes practican el gambito de dama. No hay quorum en casa para jugar al escondite: canción triste (de Hill Street). Las pantallas colapsan miradas. Maratones de televisión a la carta, Instagram e influencers de cartón piedra. Ficción, envanecimientos irreales en entornos frágiles, inseguridades y trabes mentales. ¿Quién quiere poner huevos en este gallinero? Pobres criaturas en el vaivén de las olas. Cobayas, además, de la educación reglada, partidista e iletrada bajo el gran hermano de la pedagogía y sus pajas. Me las piro vampiro.
No obstante, siempre propicios a la sucesión, a la vanagloria de perpetuar el yo, puede llegar el alumbramiento del nasciturus con epidural. Entonces, la madre y el padre serán abuela y abuelo. Recordarán cuando de jóvenes bailaban el Rock del Cocodrilo cogidos de la mano. Eso sí, tras el desbarre volverán a la anatomía, al preservativo, a la ósmosis inversa que elimine impurezas. Será hasta el divorcio, ese estado que conquista el olvido y descubre la cultura de las bragas de oro. Cuestión de lírica, de tomarse unas cervezas en el bar anclado a la vida mientras revisas la crítica de la razón pura.
Sin dramatismos. Ningún gin-tonic pasado fue mejor. Unamos corazones con la vecindad inmigrante que sí procrea y pagará las pensiones. Viva Marruecos, Rumanía, Colombia, Ecuador, Venezuela, Argentina… Viva el encanto de sus mejillas. Vivan las niñas y los niños de Dios y de Zaratrusta en la Piel de Toro. Mi querida Spain.