Ilustración: María Luisa Hodgson

En julio pasé por Femés. No paré. El barco hacia Corralejo desde Playa Blanca no espera. No paré, pero Mararía y Rafael Arozarena asomaron. Siempre asoman en el pueblo de Femés, el de María y el de aquella venta de Isidro de juego de cartas, tragos y cuentos. Los que le contaban al veinteañero de Tenerife que escribía anotaciones en prosa y verso. Algunas con dibujos del paisaje volcánico, de cosas sencillas, de “labios tintos”.

Ahora Femés no es lo que era. Ochenta años han pasado desde que el escritor recalase en Lanzarote y un camión destartalado, andares y un camello le acercasen hasta la Atalaya de Femés. El vino, los higos porretos y los pejines no sacian la gazuza. Pobre Arozarena con más hambre que el perro de un perroflauta. Solo y famélico en la garita oyendo el viento y aullidos en lo remoto de la niebla. Muchas veces con frío. El frío que subía desde el estrecho de la Bocaina, las Salinas de Janubio y las Montañas del Fuego. Y un queso de almohada.

Solo en lo más alto de los Ajaches. Y abajo, la Bruja, que por estar vieja nadie recuerda quién fue: «Los hombros de media luna / los pechos como dos Teides / y el vientre como una duna».

A Arozarena le hubiera gustado ser reconocido como poeta, pero el demonio de Mararía acabó por devorarle. María romancera, la más bella. María y los hombres, malditos, en mundo chico. Fatalidad. Ardor en los ojos, brasa de la leyenda. María coruja, larga y seca. Vida y muerte en La Geria. ¿Qué tiene María que desmantela y desnuda en hogueras de rojo encendido?

Cuervos en la Caldera Riscada. Mitología de ánimas a la luz de una novela en el imaginario de Canarias que engancha en Península. Que fuera finalista del Premio Nadal en 1971 no es casual. Desde la Atalaya hasta Lobos, Fuerteventura y más allá. La marea no se cansa de María, de mojar la arena, al igual que el Sol se pone en la costa del Rubicón o esquinea en el caserío de Uga.

Las historias a Rafael se las cuenta Marcial el Enterrador. No hay quimera sin cementerio, relatos sin trovadores. La experiencia es un grado en la narrativa, en la poesía y en la existencia translúcida. No existe la opacidad en la creación. Incluso en la entomología hay lírica. Encantadoras abejas, avispas y hormigas.

Anclado en la bruma y en el calor, como a un ermitaño le crece la barba. Arozarena el homeless, el descosido de labios cortados, es un personaje más del realismo de la piedra y la palmera. Su imagen asusta en el espejo. Escasea el agua. Pero el niño del barrio de El Toscal, el que le reza al Cristo de las Tribulaciones entre chicharros y lavanderas, camina a Arrecife con un morral, botas y llagas. Se olvida de los ratones y de la soledad. Retoma los rasgos de muchacho de buen ver. Comprueba que gracias a las palabras sigue vivo. Del mar llega una suave brisa. Buganvillas en el Quisisana.

Entonces una película. Antonio Betancor adapta la letra al cine. Infortunada María. El espíritu del libro se escapa como lluvia en la palma de la mano. El guion adaptado defrauda. Menos mal la fotografía, los animales actores y la canción de Pedro Guerra: “Nada se podría comparar a esa mujer”.

El cómic reciente publicado por Idea sí seduce. El dibujante Eduardo González es fiel, no distrae, siente. Mararía trasciende. Es comerse una suculenta pitaya resistente a la sequía y descorchar el lienzo de María en viñetas de color sin temor a perderse. Duermo en los brazos menguantes de Femés.

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