Ilustración: María Luisa Hodgson

Descubrí recientemente las entrañas de uno de los edificios más feos de Tenerife: el Palacio de Justicia, ese mamotreto que está enfrente del Usos Múltiples II, magnífica intervención del estudio de arquitectura Correa + Estévez. La ausencia al desafortunado inmueble se debe a mi nula vinculación con el ejercicio de la abogacía y, por ende, a cualquier actividad relacionada con la jurisprudencia. Bien es verdad que desde el periodismo he podido cubrir la información de tribunales, pero no ha sido el caso. Además, admito que hasta la fecha no he tenido que pisar sala para solventar ante su señoría y defensa correspondiente pleito alguno. Y espero que así continúe acaeciendo. No me considero querulante, amigo del conflicto. Y si pese a todo surge, mejor solventarlo con un arreglo amistoso y cuarta vino.

Un abogado amigo confesaba tiempo ha su desencanto con la profesión al reconocer que, en general, tenía que lidiar con personas afectas a la soberbia, a la contienda, a no ceder. Incluso, a la mentira por un vaso de agua. El prestigioso jurista estaba desencantado de la condición humana, de muescas en las culatas de las pistolas y muertes en el camino polvoriento surcado de espinas y perros rabiosos. Te arriendo las ganancias, le espeté antes de llevarme a los labios resecos un Destornillador, esto es, un vaso de vodka Smirnoff Red con jugo de naranja recién exprimido.

El vestíbulo del Palacio de Justicia se asemeja a una terminal en hora punta, a una animada recova con colores, olores, texturas y arrugas en la piel. El gentío es habitual, es el pan nuestro de cada día. Porca miseria. Víctimas y azotes de la cólera mundana alimentan el Estado de derecho. Se trata de que el rey Salomón dicte sentencia. Y la Reina de Corazones, también. Andares pacientes y animosos apuntan a batallas vencidas y perdidas. Al final, quien gana se lo lleva todo. Lo cantó Agnetha, la rubia de Abba. Historias que empiezan y luego acaban en decaídas tardes de domingo. Luego la noche traerá el lunes. En todas las casas cuecen habas. Sin ir más lejos, huelga indefinida del turno de oficio a partir del 21 de noviembre. Parió la abuela.

Lo que acontece en el vientre de la ballena es fiel reflejo de la sociedad crispada ávida de razones. Miles de cabezas pensantes reivindican banderas y desautorizan la caída de la hoja, el aliento ajeno, la sonrisa en otra comisura, el simple ánimo. A estas alturas huyo de hashtags y de ti. Y de las conjuras necias del circo político hispano y de la claque por la causa, de vanidades y de la infame consulta psicológica. Tampoco me presto a la guerrilla de atentar contra una obra de arte ni a la murmuración aunque me aburra el fútbol. No quiero tu moto, tu medio de comunicación afín ni acabar en Tasmania. Déjame apacible junto a la aurora atlántica, el azahar de mi limonero, el abecedario y el latir que me colma. Y conexión wifi que traiga versos, canciones. Cantar despierto y dormido, bailar despacio y escribir renglones. ¡Ay, mamita!

No es desinterés. Es hartazgo. Ja, ja, ja. Me río, por no llorar, de petulancias, alfombras rojas, tragicomedias, pontífices, influencers y del atrevimiento político que toma el nombre del poeta Antonio Machado en vano. Qué pena la monotonía de la lluvia en los cristales. Qué estúpido entrar al trapo del retrete más dejado por apego a un gobierno democrático. Qué suerte darse cuenta de la vida cuando los ojos todavía unen letras y contemplan la Luna creciente en madrugadas frías y macilentas. Que no te roben la sangre serena.

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