Ilustración: María Luisa Hodgson

La prensa española vivió uno de esos días de máximo estrés el 20 de diciembre de 1973. ETA había asesinado en Madrid al jefe del Gobierno, Luis Carrero Blanco, y el hermetismo de las agencias informativas y la imposibilidad material de obtener por otros conductos noticias fiables de lo que estaba ocurriendo, evoca el entonces periodista de La Tarde Eliseo Izquierdo, acrecentó la impaciencia e incertidumbre de las redacciones todavía sometidas al control del franquismo. Esa tensión, apunta Izquierdo, motivó que el director del Vespertino, Víctor Zurita, sufriese “un accidente cardiovascular del que no logró recuperarse”.

Poco más de un mes después, el 23 de enero de 1974, el maestro del periodismo tinerfeño, junto a Patricio Estévanez y Leoncio Rodríguez, fallecía a los 82 años. Al día siguiente fue enterrado en el Panteón de Personas Ilustres de Santa Cruz de Tenerife bajo el santoral de Francisco de Sales, patrón de quienes escriben negro sobre blanco. El óbito fue recogido por todos los medios de comunicación tinerfeños, así como por periódicos de la Península como ABC, Ya y La Vanguardia. La muerte de don Víctor y su posterior sepelio sembró de dolor a los teletipos. Además, numerosos artículos firmados por colegas y personalidades le rindieron homenaje. En Tenerife se le quería. La Isla y su capital reconocían al autor de innumerables letras salientes de una instruida y aguda máquina de escribir.

Asienta Alfonso García-Ramos, director de La Tarde entre abril de 1974 y marzo de 1980, que don Víctor solo pedía a su equipo culto a la verdad, inteligencia para llegar a ella y corazón para defenderla. Estos denuedos fueron inherentes a su quehacer en el periódico La Tarde, que fundó el 1 de octubre de 1927 junto a Matías Real y Francisco Martínez Viera. Y no lo tuvo nada fácil. Tuvo que contender con periodos históricos (Segunda República y dictaduras de Primo de Rivera y Francisco Franco) que maniataron a la prensa. Solo a partir de 1978, ya instalada en España la Monarquía Constitucional, pudo ejercer el periodismo sin sufrir las injerencias del poder establecido. Pero la adversidad agudizó su pluma y pensamiento. Basta ahondar en unas palabras suyas publicadas en el diario El Día el 26 de febrero de 1961: “En el orden de las abstracciones uno amó siempre la libertad del espíritu, pero el triunfo de la justicia y la consecución de un buen clima, como las limitaciones humanas, dependen de que penetre la luz en muchas mentes extraviadas en parte por la voz meliflua y gangosa de locutores licenciosos y corrompidos”.

El espíritu liberal que le hizo formar parte del Partido Republicano Tinerfeño desde 1909 a 1936 fue compartido por un nutrido grupo de colaboradores con ideales progresistas (Luis Alemany, Isaac de Vega, Pedro García Cabrera, Arturo Maccanti, Domingo Pérez Minik, Carlos Pinto Grote, Eduardo Westerdhal…) que participó entre 1954 y 1968 en la redacción de las queridas páginas culturales de Gaceta Semanal de las Artes.

Cincuenta años después de la marcha de Víctor Zurita (la recordaremos este próximo martes), no sé muy bien qué queda de aquella escuela de honestidad que fue La Tarde, periódico que cerró al aferrarse a su condición vespertina. Servidumbres con otros collares y una sociedad en donde, en general, la verdad ha caído en desgracia, marcan el devenir actual. Por eso, en medio de la bazofia digital imperante y de la galopante crisis de valores, urge que la profesión periodística retome el bastión que dignifica su ejercicio. Tiempos difíciles y apasionantes para asumir compromisos y asumir necesarias responsabilidades.

El editorial de La Tarde del 24 de enero de 1974 finalizó parafraseando a abuelo Víctor. Hoy, ese último párrafo se relee y siente con más presencia que nunca: “Tu sencillez, tu limpio afán humano, te habrán guiado por la luz que asciende sobre una paz eterna y absoluta”.

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