Ilustración: María Luisa Hodgson

En la poblada redacción aquella de Diario de Avisos uno era pichón entre periodistas con pelo en pecho y algunas colas de caballo. El tecleo de máquinas de escribir taconeaba en medio del runruneo y voces gritonas. Las palabras volaban de aquí para allá perforadas en papeles que devoraba la Fotocomposición. Luego, la cera caliente, fotomecánica y el fragor de la rotativa. Miguel Ángel Daswani y Juan Manuel Bethencourt también eran pichones. Hoy cortan bacalao en otra cofradía.

Años analógicos y de transición al bit. Hoy no concebimos la vida sin lo digital, pero el periodismo no ha cambiado: lo importante continúa siendo el contenido, el buen contenido, por supuesto. Lo demás es comida basura, propaganda, confusión. Es ir al dentista y que te den gato por liebre. Es abrir la boca y que en los dientes hurgue la chapuza a borbotones. Flaco favor están haciendo los grados de Periodismo al bajar el nivel de exigencia. No todo vale. Pena de plumillas incompetentes que escriben pusilánimes o mal escriben o no saben conjugar y se pierden en confusas sopas de letras. Pena de niñas y niños con un título gris plomo bajo el brazo que comunican sandeces en TikTok y demás, y se creen en la corte del Mambo. Papanatas. Solo evacúan detritos entre halagos de invidentes. Es el avance de la nada en el mundo de Fantasía que destruye el sentido más claro mientras la soledad avanza y se devora.

La Redacción aquella no se olvida. Las luces de la tarde, la noche, los periódicos. Leía periódicos en papel. Crecí con el familiar La Tarde en el bolsillo. Después pasó Lou Grant y las páginas de DA, La Razón, El Día y La Opinión de Tenerife. Leía y escribía con ganas y sin. La mayoría, borrones. Y de tanto, ahora, a estas alturas, algo queda. Son las canas que buscan wifi. O sea, voces propias y ajenas.

El Decano de la prensa canaria era en la calle Salamanca, 5, como la 13 Rue del Percebe: un colorín. Y mucho oficio y talento. Y la historia y los argumentos cotidianos que pasan y se detienen en cinco columnas y ocho filas de módulos. En bonanza la publicidad caía generosa. Hoy, a duras penas. ¿Hasta cuándo la agonía?

Coincidimos a veces. Perdimos el paraíso romántico tras el paso de la bohemia. En la actualidad, estamos presos de la inmediatez, aunque siempre hay ocasión para un alto en el camino. Comparto media hora con Juan Carlos Díaz Lorenzo, veterano periodista de aquel entonces y escritor de travesías en tierra firme. No hay nadie en estos peñascos que sepa más de barcos que él. No sé José Luis Torregrosa. Duelo de capitanes intrépidos. El ilustre palmero, docto, igualmente, en altos vuelos, acaba de publicar nuevo libro. Y van sesenta. Este es una crónica del volcán Tajogaite. Se lo encargó Román Rodríguez meses antes de perder la vicepresidencia y la Consejería de Hacienda (y otras brevas) del Gobierno canario. Cosas de la política. Mañana no estás. Existencias efímeras: falleces, pero nunca mueres del todo. El galeno canarión de Nueva Canarias está al tanto. Es perro viejo, como el Faycán de Víctor Doreste.

La crónica del prolífico colega, ilustrada en su mayoría con fotografías de Facundo Cabrera, que comparte autoría de la obra, comienza el viernes 25 de junio de 2021 y finaliza el jueves 24 de marzo de 2022 con un enjambre sísmico de baja intensidad en Cumbre Vieja. Y en medio, 115 días de un episodio volcánico que suscitó interés informativo y científico, dolor y solidaridad. Prologado por el vulcanólogo Juan Carlos Carracedo, la crónica del Tajogaite nos devuelve el tiempo. Nunca perdido.

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