Ilustración: María Luisa Hodgson

En la prensa hispana, hace años, rey y reina se escribían con mayúscula. Hoy, predomina la minúscula. Hace años, la Casa Real era intocable. Hoy, ancha es Castilla. Aquella portada de la revista satírica El Jueves, en julio de 2007, con el príncipe Felipe y la princesa Letizia mirando a Cuenca, levantó la veda. Cierto es que el juez de la Audiencia Nacional Juan del Olmo ordenó el secuestro de la publicación. Sin embargo, los ejemplares ya estaban en los quioscos y la explícita caricatura volaba por internet. Luego, el 14 de abril de 2012, décadas después de que se proclamase en España la Segunda República y Alfonso XIII huyese a Francia, Juan Carlos I iniciaba su particular viacrucis al difundirse una fotografía en donde lucía palmito en Botsuana, rifle en mano, junto a un elefante abatido. Comenzaba el principio del fin de su reinado pese a las plebeyas disculpas que profirió a los pocos días.

El caso es que, a estas alturas del agitado devenir vernáculo, la monarquía parlamentaria continúa levantando filias y fobias. Basta que Felipe VI esté de décimo aniversario para que las banderas roja y gualda y republicana ondeen con más fiereza que de costumbre, como el garboso y bizarro tigre de Rubén Darío.

La conciliación de las dos Españas es una quimera. Los bandos huno y hotro de Unamuno dividen el mapa maniqueo, que también se desvertebra en incontinentes reivindicaciones periféricas. Más madera para un pueblo cainita que transmite su antagonismo congénito a las nuevas generaciones incapaces de purgar el pecado original. De tal palo. Así lo describió Antonio Machado: «Españolito que vienes / al mundo te guarde Dios. / Una de las dos Españas / ha de helarte el corazón».

En medio de esta porfía inconclusa, las aventuras y desventuras borbónicas obligaron a Felipe VI a purgar palacio. Machuca y limpia. En tiempos revueltos no conviene dar motivos, ponérselo fácil a quienes ansían la Tercera República. Las contingencias mundanas en torno a La Zarzuela han de tender hacia la transparencia, la buena gobernación y la ejemplaridad. La tetralogía de Javier Gomá, en la mesa de noche.

Política ficción: eliminar a sus majestades supondría reformar la Constitución con el visto bueno del Congreso y el Senado, y el refrendo de un referéndum general. Pero el cambio en la forma de gobierno no parece posible a corto plazo. PP y PSOE continúan repartiéndose el pastel electoral. Aunque del sanchismo, visto lo visto, puede esperarse cualquier cosa. Todo dependerá de si el Ejecutivo de Pedro Sánchez logra mantenerse en el poder. Felipe González estuvo en La Moncloa trece años y medio.

Mientras, la hoja de ruta de Felipe VI está clara: acto seguido al corte de cabezas toca actualizar la rancia imagen de marca, a la vez que prepara la sucesión en su hija Leonor, en la actualidad (hasta el 15 de julio), dama cadete en la Academia General Militar de Zaragoza. De esta forma, la heredera ha comenzado su formación para ostentar en el futuro la máxima responsabilidad en las Fuerzas Armadas y en el Estado español.

Por el momento, las aguas revueltas del Reino no han perdido su cauce. La Corona capea el temporal con firmeza. Visto el patio, no le queda otra si quiere continuar vigente. No obstante, la crisis volverá, sí o sí, cuando Felipe VI ceda el trono a la primogénita. La mayoría de las personas coetáneas a la princesa de Asturias considera anacrónica su figura. Además, al anochecer o temprano, si finalmente la causa monárquica acaba imponiéndose a la republicana, la Carta Magna deberá eliminar la discriminación que sufre la mujer en la línea sucesoria.

Tras la toma de Granada en 1492 el ideal patrio continúa en proceso y sin un horizonte claro y común. Es más quijotesco que posible, más conjetura que certeza. Es un suicidio lento, afirmó Menéndez Pelayo.

Agotan los ladridos de los perros, el infierno democrático, la tinta verde, los sacos de mierda, la sangre azul, la supremacía moral, los extremos, las barricadas, la indecencia.

Cuando teníamos un sueño.

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