En la playa la carne humana es gloria y desbarate. Bañistas en alzado, planta y perfil se dejan llevar por la perturbadora marea de la desinhibición con sus caligrafías vulgares y distinguidas. Ahora, que lo más importante para el cuerpo es el cuerpo, la orilla destapa sin rubor el lujurioso bazar de peras, manzanas, triángulos invertidos, rectángulos e ideales relojes de arena.
En el espectáculo mundano no hay banderas rojas. En el ágora del choleo y desarrope el tanga deja las nalgas de ellas al aire. Da igual la carnalidad o el color del trasero. El caso es que los culos van y vienen sin pudor. Arriba, abajo, derecha, izquierda. La tendencia pasa por alto, incluso, el mal gusto. Tiempo de rebaños fieles a la zanahoria. Luego está el toples. El desnudo de cintura para arriba es revolución. La vida sin sujetador es liberación, reivindicación. Tetas salvajes contra la tiranía del corsé, tetas desafiantes que se levantan con silicona: lo femenino eréctil que escribió Francisco Umbral.
La mujer empoderada se destapa y el hombre luce bermudas. Solo unos pocos, generalmente cachas, refulgen con slip. Machos que se pavonean. Luego está la tabla y el neopreno unisex que aísla. Mi vida con la ola, contó Octavio Paz. Burbujeante espuma, inquietantes monstruos marinos, la cresta y el revolcón, confidencias, voluptuosidad, pesadillas, látigo implacable.
Lejos de la codificación del vestuario el nudismo relativiza los genitales, sexos secos sobre el dorado y el volcán. El antropoide, la vasija. La criatura más animal, sin ceremoniales ni conservantes, se muestra salada, serena, despeinada, orgánica. Esqueletos retozantes sin erótica buscan su lugar en el Universo. Carcasa y piel.
La arena y sus veleidades no son ajenas al constructo social. No es lo mismo toalla que tumbona que cama balinesa. No es lo mismo, aunque al final la cal viva en el ataúd democratice la chicha. El caso es pillar rayo de sol con protección. Vuelve el moreno después de que la blancura fuese salvoconducto hacia la inmortalidad. Dejemos la locura a Michael Jackson. Lo cierto es que la epidermis bronceada hilvana el mundo de los ojos epicúreos. Queremos ser como la mujer y el hombre de Instagram. Vitrubio quedó en el Renacimiento. La vida es eso: mirar y que nos miren. Todo se reduce a la mirada. Incluso, las uñas y el cartílago son parte del deseo. Nada escapa al inclemente píxel.
No hace tanto se disfrutaba del verano con los cinco sentidos. En la actualidad, la pantalla es el verano. La pantalla es el ombligo, la cerveza, el libro, la siesta, la fiesta. La pantalla es resurrección. Y calvario. ¿Qué somos? Ni siquiera la playa nos hace libres, nos libera de la melancolía del hueso. La belleza de espíritu es una entelequia en el mundo fitness y fashion aunque la mona vista de seda. El pliegue, el gozo y el resultado reinan también en paños menores. ¡Cómo gustan los castillos de arena en marea baja! Luego vendrá la marejada sin poesía, la victoria de la gravitación.
Agua turquesa, agua dulce o salobre, agua cristalina, agua mineral, aguas medicinales, aguas grises, aguas negras o fecales… ¡Uff! La contaminación por el ineficiente mantenimiento de los emisarios submarinos clama al cielo. Esta mierda no es nueva. ¿No hay remedio para la herida sangrante? ¿Quién le pone el cascabel al intestino? ¿Cuándo espabilará la eminencia responsable de las cañerías del retrete? ¿La catarata de deposiciones dejará algún día de encharcar el jardín de nuestra casa? ¿Contratamos a Bob Esponja?
Bacterias, hongos, parásitos, diarrea, fiebre, vómitos, dolores abdominales, deshidratación… emporcan la playa que ya no es. Benditos glúteos, senos, vergüenzas y pupilas que antes la poblaban. Y maldita Escherichia coli.