
Ilustración: María Luisa Hodgson
Metztli, la luna azteca, brilla encima del Zócalo de Ciudad de México. Tambores y ayoyotes (hueces huecas amarradas en los tobillos) resuenan en el entorno de la Catedral Metropolitana, las ruinas del Templo Mayor de la antigua Tenochtitlán, el Palacio Nacional (sede de la presidencia del Gobierno), el Gran Hotel o el Centro Cultural de España. Hombres y mujeres bailan en corro la danza de los concheros, manifestación popular que propone mantener viva la identidad de la antigua Mesoamérica. Cerca, una sanadora chamana golpea con romero a una joven, brazos en cruz, necesitada de limpia. El humo de copal ayuda a quitar lo malo y a restituir la armonía en cuerpo y alma.
El indigenismo, más presente que nunca en la sociedad mexicana, es una de las herencias que ha dejado Andrés Manuel López Obrador (AMLO), quien este próximo martes, 1 de octubre, cederá la presidencia de la República a su camarada Claudia Sheinbaum, también fundadora del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), partido político de izquierdas con base populista.
La próxima presidenta de México, doctora en Ingeniería Ambiental por la Universidad Nacional Autónoma de México, formada además en el Laboratorio Lawrence Berkeley de la Universidad de California, ha prometido continuar la política de AMLO tras ganar las elecciones federales del pasado 2 de junio. Roma no paga traiciones. Por eso es lógico que no haya invitado al rey Felipe VI a su toma de posesión. El monarca, a requerimiento de López Obrador en 2019, todavía no ha pedido perdón por los excesos cometidos durante la Conquista de 1521 comandada por Hernán Cortés. Y no lo hará nunca. La petición es incongruente, ridícula, delirante, propia de una persona palurda o cegada por endebles reivindicaciones maniqueas que no merecen consideración. El denostado prestigio de la clase política, incluso con birrete doctoral, una vez más, a la altura del betún.
La Leyenda Negra, promovida en 1552 por Bartolomé de las Casas, no tiene hoy en día la más mínima credibilidad en la historiografía hispanoamericana. Es verdad que se cometieron abusos, pero en absoluto alcanzaron la magnitud que relató el fraile dominico. Sí, en cambio, aporta ecuanimidad el libro La visión de los vencidos del magistral estudioso Miguel León-Portilla (1926-2019), siempre preocupado, sin demagogias, por el bienestar de la comunidad india. Sus palabras sobre Cortés merecen toda la atención: «No fue ni héroe ni villano. Fue como el conquistador César«. Lamentablemente, las violaciones de los derechos humanos son habituales en cualquier conflicto bélico originado o no por un choque de culturas.
¿Debe pedir perdón la actual clase dirigente mexicana por los crímenes aztecas (incluido el canibalismo) contra, por ejemplo, los pueblos huasteco, mixteco o totonaco? ¿Debe pedir perdón por el racismo que la sociedad criolla ha ejercido y ejerce hoy en día hacia la población indígena? ¿Debe pedir perdón a la libertad de expresión por ser el país del Mundo en donde matan a más periodistas? ¿Debe pedir perdón a mujeres, niñas y niños por mirar hacia otro lado en Tijuana y consentir infames zonas rojas de prostitución, violencia y extorsión? ¿Debe pedir perdón por la persistente connivencia de la Policía, Fuerzas Armadas y poderes públicos con el narcotráfico? ¿Debe pedir perdón Sheinbaum por permitir que la primera dama estadounidense, Jill Biden, la acompañe en la ceremonia de traspaso después del exterminio nativo en Norteamérica? ¿Debe pedir perdón por invitar al dictador cubano Miguel Díaz-Canel y a los autócratas Vladímir Putin y Nicolás Maduro?
¿Debe exigir el presidente canario, Fernando Clavijo, disculpas al Borbón recién honrado con la medalla de oro del Parlamento canario, por la invasión del Archipiélago y por las muertes guanches acaecidas en las dos batallas de Acentejo (1494 y 1495)?
El populachero empecinamiento de AMLO y de la élite de su Morena es una bufonada, un disparate. Da pena.