Francisco Martínez Viera rigió Santa Cruz de Santiago de Tenerife desde el 13 de junio de 1934 hasta el 12 de marzo de 1936, cuando se produjo en España el triunfo del Frente Popular. El edil republicano no comulgó con ruedas de molino y abandonó el protagonismo político en beneficio de otras devociones que le robaban el alma: el periodismo y su querida librería La Prensa (imán de intelectuales). Con Ramón Gil Roldán, Andrés Orozco y Rubens Marichal padeció el cierre en 1917 del Diario de Tenerife de Patricio Estévanez (“Murió en nuestras pecadoras manos, pero no lo matamos nosotros…”) y fundó revistas, semanarios (Flores y Aromas, Germinal, Juventud y La Linterna) y en 1927, junto a Matías Real y Víctor Zurita, el vespertino La Tarde.
El primer ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife se había constituido el 5 de diciembre de 1803, una vez el consejo de vecinos, reunido en la iglesia de El Pilar el 29 de julio de 1797, solicitó al rey Carlos IV el título de Villa exenta tras la victoria militar sobre los invasores ingleses. Su majestad concedió lo requerido seis años después y José María Villa asumió el bastón de alcalde. La pequeña población fortificada se emancipaba entonces de La Laguna y cogía fuelle para iniciar una carrera que le llevaría a asumir la capital de la Isla y de Canarias. El chicharro dejaba de ser un pez ramplón, plateado y verdinegro, para subirse, sin arrogancias, pero espabilado y pujante, a las barbas de San Cristóbal.
Martínez Viera escribió dos libros: Anales del teatro en Tenerife y El antiguo Santa Cruz. Crónicas de la capital de Canarias. Este último es una delicia (no he leído el primero). En sus páginas retrata aconteceres y estampas cercanas. Historias prolijas en datos que iluminan el amor que siempre le tuvo a la urbe que hoy se distingue muy leal, noble, invicta, fiel y muy benéfica ciudad, puerto y plaza. Y también, a fuer de ser más papistas que Guanarteme, cocapital y subdelegada. Y tres cabezas de león a la sombra de Anaga.
Hoy, seguro, el cronista le dedicaría unas líneas al corazón de Tenerife. Ese mismo, verde (Titsa) y azul (celeste), que se presentó hace unos días en un Teatro Guimerá colmado de chicharreros de cuna y adopción al compás de Henry Mancini. Sonó bien al saxo Moon River. Sedujo la melodía inmortal de la oscarizada canción de Desayuno en Tiffany’s, algo alejada, eso sí, del que sirven en el Imperial o el Derbi. Las imágenes del viejo Santa Cruz ablandaron sentimientos, que se personalizaron en el humor del “idiota profesional” (sic) Aarón Gómez, un nuevo audiovisual y los talentos y vanidades de Pedro Mengíbar, Alicia Cebrián, Diego Navarro, Jesús Villanueva, José Manuel Rodríguez, Marisa Tejedor y las estudiantes de Bachillerato de Las Veredillas, Belén Ortega y María Salomé Torres, prendadas a un teléfono móvil.
¡Santa Cruz te quiero! ¿Cómo no te voy a querer? La marca-ciudad, diseñada por Pepe Valladares, sacaba pecho e hinchaba a José Manuel Bermúdez, quien se maneja muy bien en estos tenderetes. La puesta de largo de la identidad gráfica se remató entre copas, canapés, photocall, música en vivo y alguna que otra escapada a la francesa. El objetivo promocional estaba cumplido y la bandera del orgullo patrio ondeaba alta. Ahora, solo queda ponerle entendimiento al órgano vital.