La murga Los Singuangos ensayó alguna vez en el Instituto Teobaldo Power de Santa Cruz. Los de Duggi afinaban en un pasillo escurrido al aire libre y pocas gradas. Años 83, 84 y siguientes del siglo XX, con las tetudas de Dokoupil y Mel Ramos en cartel, la primera, obra del mismo artista checo del muñeco de nieve que promoviese Ángel Luis (Leyendecker) en tierra de volcán. Mozas de carnaval. Fran González (el Margarito) y Zenaido Hernández formaban parte de aquel grupo de aguerridos murgueros con ínfulas de fregolino y lucha canario. El cante de Elfidio Alonso sentaba cátedra. Y la armaron bien en la Plaza de Toros del alcalde Manuel Hermoso, esa que languidece para gloria de animalistas y desazón urbano. Fue un antes y un después. Los nuevos chicos de los pitos revolucionaban la puesta en escena e iniciaban un cambio de registro, mientras el Cubanito de Enrique González y Sergio Hernández se mantenía firme en la entrañable FuFa de La Noria y pretéritas Fiestas de Invierno. Fue un tiempo dorado para Singuangos. De reinvención y parrafadas en la Casa del Miedo con Toño Ramírez (Chocolate) o en cualquier local o escenario o esquina con Alexis Hernández, Primi Rodríguez… y Tom Carby, que se resistía. Luego llegó Guachipanduzy para revolcón de Maribel Oñate. Y las actuaciones calientes de Triqui Traques y Félix Padilla que levantaban al respetable en la plaza de España de los caídos por la patria, hoy del corazón de Santa Cruz. Y en esos mismos escenarios firmaban crónicas periodistas como Humberto Gonar, que lleva la mascarita en lo más profundo de su cuerpo y alma. Eran noches de estrella, pasacalles y juanventriteros alborotados. Y, también, de comunicados férvidos ideados por Andrés Chaves y Chela con ganas de vacilón. Los plumillas, curtidos en mil batallas, soliviantaban a las murgas desde el Casino, donde se mea a buen recaudo cuando la calle atestada desborda decibelios y apretones. Y aconteció y lo vivimos ahora otra vez (un plato que se sirve frío) con Gonzalo Castañeda que se revuelve y encuentra respaldo en su colega de parlamento José Carlos Alberto. Críticas, reproches, indignación, ejecutores y ejecutados (Xavier Corberó) y enfilamos a la Cabalgata Anunciadora que esto empieza y acaba (y continúa) en el Quiosco Numancia, que por ahí sigue. Recurrente y animada trama para una letra de Pedro Mengíbar, que por ahí sigue. El pueblo siempre tiene la razón. ¡Oiga! Y si no que se lo digan a José Antonio González (el Flaco), el mismo que encumbró a sus singuangos y, en la actualidad, timonea a la Afilarmónica Ni Fú-Ni Fá (¡cómo no te voy a querer!) después de una cana al aire con La Traviata.
La final de murgas de hoy sábado con Ni Pico Ni Corto, Bambones, Burlonas, Zeta Zetas, Diablos Locos, Triquikonas y Mamelucos es como la Superbowl, que no necesita a Lady Gaga porque está la FuFa. Y basta y sobra. Es la noche más esperada para el chicharrero. Es la noche que pasa por encima de otras que están pero no. Es la noche que siempre espera José Antonio. Es la conquista anual de las carnestolendas que atrae, incluso (de tapadillo) a los canariones de Santa Catalina y Escaleritas. Son minutos de piel de gallina, nervios, sentimientos y entusiastas voces corales que germinaron al compás de un flaco que no se cansa de dar la murga.