Los arquitectos Vicente Saavedra y Javier Díaz-Llanos. Foto: Rafael Escobedo

Daniel Millet, redactor jefe de La Opinión de Tenerife, retrataba hace algunos días el estado de Ten-Bel a propósito de que siete mil vecinos se quedaran sin agua durante cuatro días: “El tiempo parece detenido, como si se hubiese producido una catástrofe y nadie hubiera vuelto. Es el Chernóbil de Tenerife, una zona turística, antaño bulliciosa y reluciente, que hoy parece un escenario de la serie The Walking Dead. Árboles derribados, columpios destrozados, basura por todos lados, escaleras que muestran su esqueleto de metal, restos de palmeras carbonizadas… Hasta las tuneras están secas y muertas”. El cuadro apocalíptico narrado por mi colega describe una realidad doliente que se agrava año tras año y deja en evidencia a responsables públicos y privados. Se muere el espacio turístico: el mejor concebido en esta tierra nuestra gracias a una implantación territorial modélica. Creado por el belga Michel Albert Huygens, se levanta junto al pueblo de Las Galletas y tuvo su máximo esplendor en la década de los ochenta del siglo pasado. Las urbanizaciones de Carabela, Eureka, Bellavista, Géminis, Drago, Frontera, Primavera, Maravilla y Alborada armonizaban con jardines, malpaís, paseos, zonas deportivas, piscinas… Juego de luces, sombras, volúmenes ordenados… Sensibilidad de colada volcánica, arena negra, acantilados, mar en calma y envites de ola. Un conjunto que mereció notables menciones en la exposición Arquitectura del Sol celebrada en 2003 con el objetivo de reivindicar el valor estético y cultural de la obra turística construida en Canarias y en el arco mediterráneo. Ya por aquel entonces languidecía. Porca miseria!

Leo a Virgilio Gutiérrez, que fuera presidente de los arquitectos tinerfeños, y me entero de que Vicente Saavedra llegó a la arquitectura casi por casualidad. A veces, las cosas buenas suceden así. Sin esperarlas. Y luego brillan y uno descubre resplandores como si tal cosa, sin ser consciente de lo que tiene enfrente. Velillo. Pero no tardas en darte cuenta porque intuyes, porque los más viejos y los más sabios iluminan la sombra de la ignorancia. Y surge que, un día de tantos, te sientas junto al arquitecto y otros: Carlos Schwartz, Alicia Pérez Ojeda, María Hortensia, Araceli Reymundo… Y las papas fritas no faltan. Lo mundano y lo salado cazan muy bien con la Mujer botella de Joan Miró, el Guerrero de Goslar de Henry Moore, los Ejecutores y Ejecutados de Xavier Corberó o La puerta sin puerta de Kan Yasuda. Esculturas callejeras en la rambla, en el parque, en la plaza capitalina… y en el muelle de Garachico. Ideales, utopías insularias del santo Moro, sueños, trabajo y más trabajo que espabila a quienes ponen las patas sobre la mesa. Recios ilustrados contra fofos.

Pasa el tiempo y aquellos sudores reverdecen. Los incansables no pueden estar quietos. Está en los genes de Rafael Escobedo de la Riva, quien, junto a José Manuel Rodríguez Peña, nos trae ahora en el TEA la exposición Materia contemporánea, una muestra de fotografías, planos y maquetas sobre la obra de Vicente Saavedra (Santa Cruz de Tenerife, 1937) y su socio eterno Javier Díaz-Llanos (La Laguna, 1935). Además, la proyección de vídeos, mesas redondas, visitas guiadas y el cortejo de José Abad, Manolo Millares, Tanja Tamveliu, Josep Guinovart o Martín Chirino, hacen del espacio de arte un paraje único, como el Ten-Bel que Javier y Vicente se sacaron de la manga (prodigiosa), como la Universidad Laboral, el Edificio Wildpret, la Casa Real o el Colegio de Arquitectos; como el guiño democrático de la maestría en el espacio urbano. Orígenes.

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