Juan Cruz tiene un libro pequeño y hermoso que ahonda en el territorio de su memoria. Se lo dedica a sus padres y hermanos. Y también me lo dedicó a mí un 4 de enero de 1996. El autógrafo recuerda que los dos compartimos memoria. Esa familiar que nos une al periódico La Tarde de Santa Cruz de Tenerife, que este próximo mes de octubre hubiera cumplido noventa años. Pero nos queda su memoria, la memoria de sus palabras y de su gente y de su tinta. Y nos queda el territorio sobre el que anduvo el vespertino. ¡Tantos caminos! Por cierto, Juan, leí tu artículo del sábado pasado, el de la guerra chiquita entre Ernesto Salcedo y Alfonso García-Ramos. No los conocí, aunque sí los he leído. Más al segundo, afilado y certero con su pico de águila. Me gusta acercarme a tu diario de lector de periódicos. Me gusta cuando te arrimas a la máquina de escribir (aquella que estaba sobre la mesa de la redacción) y destapas olores. También lo hacía Gilberto Alemán a quien sí traté y despedí una mañana en Tacoronte con un barraquito. Con Eliseo Izquierdo también me he empapado de remembranzas bohemias, seguramente con otro café cortado y cáscara de limón lagunero. Satisfacen estos encuentros, como el que mantuve una noche con Olga Darías en la terraza del Hotel Botánico del Puerto de la Cruz. Luego quise repetirlo con bolígrafo y papel, pero la cronista pionera que encandilaba en territorio de hombres se fue antes de tiempo… Por fortuna, su hijo Carlos Pallés retiene la memoria de su madre (como tú, Juan) y las fotografías de su padre. ¡Con Carlos quedan tantas cosas buenas por hacer!

Juan, tú eres más joven que los periodistas aludidos, pero peinas las canas suficientes (más que yo) para recuperar asientos con Eduardo Westherdal, Domingo Pérez Minik, Ángel Acosta, Pedro García Cabrera, Francisco Pimentel, Julio Tovar, Enrique Lite… Tus historias también son nuestras. Es lo que tiene el periodismo que nos agarra y no nos suelta. Eso sí, nos dejamos querer para, luego, contar lo propio y ajeno en libertad.

Decía, Juan, que me acerqué a tu memoria y a las riñas y a las paces entre unos y otros que describes en territorio gentil. Y, si me permites, solo un apunte (deformación universitaria) que enriquece el mensaje: Víctor Zurita nunca le perdió el pulso a la dirección de La Tarde desde que lo fundó el 1 de octubre de 1927 junto a Francisco Martínez Viera y Matías Real. Tuvo el control editorial del periódico hasta que murió el 23 de enero de 1974, víspera de la festividad de San Francisco de Sales, patrón del gremio. Entonces, solo después del fallecimiento de mi abuelo, García-Ramos asumió la dirección, nunca antes. Alfonso se había incorporado a La Tarde como redactor en 1959 para cubrir la baja que Luis Álvarez Cruz. Años después, en septiembre de 1970, fue nombrado subdirector coincidiendo con la inauguración de la nueva casa de La Tarde en la antigua fábrica de tabaco El águila tinerfeña, en la esquina de la calle Pérez Galdós con Suárez Guerra. Tras su muerte el 4 de marzo de 1980, asumió la dirección Óscar Zurita, quien poco pudo hacer para evitar el cierre en 1982 en sintonía con la desaparición paulatina de los diarios de tarde españoles. El último en caer, como sabes, fue el Diario de Las Palmas el 31 de diciembre de 1999.

Hoy en día, que te voy a decir que no sepas, la espada de Damocles se cierne sobre todos los periódicos impresos. Ignoramos (esto va muy rápido) si desaparecerán durante este tercer milenio debido al avance implacable del soporte digital. El mercado manda. De todas formas, mientras, la empresa informativa se reinventa en un laboratorio que experimenta en tiempo real, consciente de que vivimos la mejor época para el ejercicio de nuestra querida profesión. Esta sociedad mediática y frenética requiere, ahora más que nunca, la intermediación del profesional de la comunicación que debe, no le queda otra, reciclarse y agudizar el ingenio. Apasionante.

Gracias Juan por compartir principios, agua y mares. Contigo es imposible el exilio.

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