Ilustración: María Luisa Hodgson

La vida, cantó Celia Cruz, es un carnaval, una hermosura. No hay sitio (¡buah!) para los que se quejan, critican, usan armas, contaminan, hacen la guerra, maltratan… Inocente y utópica letra que popularizó la reina de la salsa y que, no obstante, viene bien tener presente para no dejarse arrastrar por la desesperanza y la ineptitud que orbitan en torno a uno, y que, en ocasiones, indigna cuando el desafuero se paga con dinero público. Es el caso de la escultura del muñeco de nieve de Dokoupil en Tíncer, una vez más elegida entre las más horribles de España en el certamen Miss Horrotonda que organiza el periodista Iñaki Berazaluce, un tipo ingenioso, al igual que el célebre artista checo, que, en tiempos del alcalde Zerolo (obnubilado por la Leyendecker de Ángel Luis), coló esta escultura que es como un chiste, una provocación erigida en icono geolocalizable. La mofa le salió bien. Llenó los bolsillos y se mandó a mudar con el arte a otra parte. Con anterioridad, fue el autor del cartel que vistió las carnestolendas de 1987 con una, hoy impensable, exuberante tetuda, venus, también bembosa, que amamantó una fiesta que pasó a la historia gracias al baile que concentró en torno a la plaza de España a más de 240.000 almas al ritmo de la misma negra soberana con La Sonora Matancera y la Billo’s Caracas Boys. ¡Azúcar!

El monigote blanco comparte vecindad con el Estadio de Atletismo, esta sí, una obra de relevancia que mereció los máximos reconocimientos en la exposición sobre arquitectura española celebrada en 2006 en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Sus arquitectos (Felipe Artengo, Fernando Menis y José María Rodríguez Pastrana) crearon un cráter en medio del territorio volcánico, una admirable edificación que se abre al cielo revestida con las rocas procedentes de la excavación. La pensada y potente intervención mira al océano y a la lava, a la sal y al fuego, en medio del tejido urbano. La depresión geológica que explosiona, rompe y solidifica en una única materia que se eleva al sol. El espíritu de AMP que luego, fatalmente, se desgarró en su genialidad.

El talento, vemos, convive con la grosería. Y esta se exhibe de nuevo en Santa Cruz, en la plazoleta de la altiva palmera lindante con el parque García Sanabria. El lugar enseña unos mondos cilindros de hormigón revestidos de azulejos. El bien pagado conjunto escultórico que lagrimea agua sobre el verso maltratado es del grancanario Pepe Dámaso, culpable del cartel caribeño de 2017 (Dios los cría), irrelevante creador a la sombra del genial César Manrique e hijo adoptivo de la capital tinerfeña, ciudad que con estas honras, como la reciente a Juan Negrín (ya lo escribí), parece pazguata. Al menos, el espacio recibió el nombre de Fernando Pessoa (el literato luso más celebrado junto a José Saramago), quien refleja en Libro del desasosiego el hastío y aturdimiento que siente ante la condición humana. Menos mal que su querida Lisboa, al contrario que el frágil sapiens sapiens, no muere. Afectos entregados a la patria chica o querencias pervertidas cuando la necedad nubla al amante. Güímar, por enésima vez, no merece los desvaríos de su alcaldesa Luisi Castro.

Pero no hay que llorar. La vida, entonamos, es un carnaval, y si nos atenemos a la popular celebración chicharrera, Juan Carlos Armas estampa brillo tras haber creado las fantasías de cuatro reinas adultas (una de ellas, casualmente, en la fiesta de 2004 dedicada a Celia Cruz) y de veinte damas de honor en más de treinta participaciones, además de los atuendos de numerosos grupos, como aquellos rumberos de Manolo y Juan José Monzón o los brasileiros de Esteban Reyes, con quienes contorneó coreografías en noches cálidas de invierno y batucada.

A estas alturas poco tiene que demostrar el diseñador, así que, ahora, que anuncia traje con el centro Comercial Alcampo para la próxima Gran Gala de febrero ambientada en las profundidades marinas, solo podemos esperar un regalo. Después de un período volcado en la dirección artística del carnaval (cuatro ediciones) y un breve paso por la política al frente de la Concejalía de Fiestas de Candelaria, su mano portentosa desplegará, de nuevo, valiosos metros de tela, plumas, lentejuelas y un sinfín de lustrosos aderezos sobre el escenario del Recinto Ferial de Tenerife.

Celebramos el regreso (aunque nunca se ha ido) del descubridor de magias con treinta años de confecciones en su atelier candelariero, hacedor de seductores trajes que embelesan la mirada cuando la mujer los viste y ciñe. Joyas. Es la bendición del colectivo de modistas que, arrullados por la sabrosura de la comparsa y el guitarreo de la caña dulce, puntean éxtasis en organzas de seda. Marcos y María, Sedomir Rodríguez de la Sierra (que comparte reaparición), Santi Castro, Leo Martínez, Carlos Nieves… no olvidan (imposible) estremecimientos de piel de gallina antes del júbilo real. Es la purpurina del carnaval. Es la escuela de uno de sus maestros.

Archivo