Pues sí. Confío en la pronta reapertura del Círculo de Bellas Artes de Tenerife, después de que la Gerencia Municipal de Urbanismo de la cocapital canaria haya ordenado el cese de las actividades al no contar con un título habilitante y licencia de apertura o comunicación previa. Pepe Valladares, presidente recién reelecto, ha encontrado receptividad en las autoridades debidas y espera que, en unas semanas, la situación revierta. Lo normal es que así sea una vez el papeleo pertinente ponga las cosas en su sitio. Pero no saquemos los pies del tiesto. Se trata de solventar el trámite oficinesco. No hay fantasmas, ni maniobras orquestadas y espurias, ni conspiraciones judeo-masónicas para cerrar el histórico inmueble de la calle del Castillo. La cosa es algo así como confundir político preso con preso político, creerse las encuestas de Tezanos o rasgarse las vestiduras cuando Carlos Alonso afirma que la historia aún no se ha puesto de acuerdo en si Dios creó al ser humano o fue este quien creó a Dios. O sea, es el color del cristal con que se mira al universo o si el amante adora al becerro de oro o al oro del becerro. Soberbias, exclusiones, embistes furibundos que achican la cultura y la humildad de la ciencia. ¡Qué difícil convivir en la discrepancia y reírnos de la mariconez! Sin ira, libertad. En todas las casas cuecen habas. De madre y padre. Pluralidades necesarias que encuentran y provocan soplos de aire fresco, los que contiene e irradia el Círculo de Valladares y de Patricia Masset (vicepresidenta), Esther Ropón (vicepresidenta, Música y Artes Escénicas), Paco Fariña (tesorero), Félix Fernández (secretario y Formación), Pura Márquez (Artes Visuales), Roberto Toledo (Literatura), Nieves Duque (Comunicación y Prensa), Lola Camprubí (vocal) y Elena García, la arquitecta que vela por el diseño y las creaciones de su colectivo, que esta semana salió de la cueva entre las maquetas, sueños y vidas del artesano José Doña, exposición (magnífica, provocadora, impecable y delicada) comisariada por Virgilio Gutiérrez en la Real Academia de San Miguel Arcángel de la plaza Ireneo González. Bellas artes celestiales que reivindican su sitio, al igual que El Tanque, un bidón patrimonio industrial con heridas de óxido en sus curvas y la dejadez de quienes custodian el espacio urbano. Para los vecinos de Cabo Llanos es El Tranque que atrae a hijos de la noche, a habitantes de pasarela marítima con pocas horas de travesía en el océano de las vanguardias, a desorientados en bajíos de trap y lo más pegao del Denbow. Gasolina del peor octanaje.
El tonel de la Refinería de los días contados es un Bien de Interés Cultural que almacenó crudo y hoy alberga, entre diversas acciones de escena alternativa, a Keroxen, un festival que experimenta y distorsiona. Y concita orgasmos oleaginosos en el valedor José Carlos Acha, concejal incombustible y efectivo, hijo de la misma ave palmípeda que empolla a Zaida González, esta, más perdida que una palometa bañada en petróleo al hacer causa común con las comunidades de propietarios de un barrio que pujó por un skyline y la cocatedral de Moneo y se ha quedado con cajas de cerillas, solares de gorrillas, el local sagrado del santo hermano Pedro y el recuerdo emponzoñado de Fórum Filatélico.
Cristina Saavedra enceró el antiguo depósito de refino construido en los años cincuenta del siglo XX con una pátina gráfica que mereció en 1999 el reconocimiento de un premio Laus, un año después de que fuese seleccionado, junto al Guggenheim de Bilbao, para el Iberfad de Arquitectura y Diseño. El recipiente metálico también fue premiado con el Manuel de Oraá tras la brillante intervención de José María Rodríguez-Pastrana, Felipe Artengo y Fernando Menis, este último, además, galardonado recientemente con el Global Architecture and Design Awards por el proyecto de urbanización del entorno gracias a la creación de una plaza-jardín de plataneras en toda la explanada de la entrada. Raíces y alas de Juan Ramón Jiménez. Horcones necesarios que, en su día, batieron a Ferrovial.
Ante la amenaza de desmantelar al cilindro de cincuenta metros de diámetro y casi veinte metros de altura, la presidenta de la Asociación de Amigos del Tanque, Dulce Xerach Pérez, ha salido al paso del prorrumpir vecinal y de las declaraciones de la primera teniente de alcalde. Vio nacer a la criatura cuando en 1996 estaba al frente de la Consejería de Cultura en el Cabildo de Tenerife y, desde entonces, se ha erigido en firme protectora. Dulce alumbró al nuevo tanque 69 de la calle 70, y como él, es contemporánea, singular, rebelde y única. Concita filias y fobias. No pasa desapercibida y deja huella. Inquebrantable, forma parte de la hacienda patria. Se resiste al desguace.
Hace veinte años que Víctor Pablo Pérez dirigió a la Sinfónica en las entrañas de El Tanque. La Sinfonía número 3, opus 36, de Henryk Górecki, sonó doliente y triste. Fue una lamentación que todavía reverbera, lenta, en desgarros de silencio.