Ilustración: María Luisa Hodgson

A Gertrudis Segovia se le acercaron una tarde varios angelitos, rubios y morenos, rogándole que les escribiese un libro de cuentos muy largos, con muchas aventuras y que en todos ellos abundasen las hadas y los hechos portentosos. La que fuera mujer de Diego Guigou, fundador en 1901 del Hospitalito de Niños gracias al empuje, además, de Carmen Monteverde, Patricio Estévanez y Ángel Crosa, respondió que como adoraba a los niños no podía responder con una negativa y que, pensando, se quedó dormida y transportada, de pronto, a un magnífico jardín engalanado con hermosas flores. De aquel sueño y de zambullidos en esperanzas, carrozas, encantamientos, coronas y trajes tejidos con alas de mariposa, surgieron las princesas Aurora y Elena, y el príncipe Narciso, el presumido, y aquel otro irascible. La literata sevillana descubrió, igualmente, a Pablo, María y Gonzalito; a la selva encantada y al lago azul, y un prólogo dedicado a los preciosos desinquietos, “manojitos de rosas y claveles”.

Confieso que de mayor, imbuido en una guardería tacorontera, aprendí a querer a los niños, a mirarles con ojos de ternura. Evidencié con Carmen Dolores la viveza y el aliento del abrazo y del cariño. Y, aunque por fuera sea témpano, las dulzuras calaron y, a menudo, florecen. Eso sí, en silencio o en anhelos. Áspero que es uno. ¡Qué empinada la cuesta! Por eso, con el ánimo de destapar y estrujar afectos, nos acercaremos al claro de luna del Festival Internacional del Cuento de Los Silos. Y junto a sus lavanderas, hechizado por las ilustraciones de Noemí Villamuza, cogeremos al vuelo el viento que sopla desde la Isla Baja.

Los Silos es un pueblo sosegado, protegido por la montaña de Aregume. Su población se asienta próxima al Camino Real y a la iglesia de Nuestra Señora de la Luz y su plaza. Del mismo modo es foco de atención el Centro Cultural San Bernardo, un espacio polivalente diseñado por GPY Arquitectos, intervención notable que complementa a las de Mariano Estanga, el hijo adoptivo de la Villa que dejó huella en las décadas de 1920 y 1930 gracias a sus edificaciones modernistas. Es el gusto por la estética que perdura en un vals de armonía. En primavera, en acordes de piano, huele a Chopin, y en diciembre, en torno a la Constitución y a la Inmaculada (arena y gloria), se pliega a las palabras, las que atrapó Ernestito junto a su madre y a la máquina de coser que punteaba atardeceres a golpe de pedal. Es la dicha de quienes exprimen la pulpa y, luego, elevan buenas historias, esas que describen los periodistas enamorados y comprometidos con la exigencia, la calidad y la responsabilidad, conclusión de los ponentes (Laura Castro, Carlos Mirabal, Ismael Nafría, Domingo Paillet, Máyer Trujillo y este articulista) que intervinieron en las II Jornadas sobre Innovación en el Periodismo celebradas hace unos días en la Universidad de La Laguna. La clave está en los contenidos, en sensaciones que empapan, en sentir lances y atrevimientos. No las de John Rambo (que también), sino en las de la gente corriente y no tanto, protagonistas de tanto. Lástima que mis colegas continúen enfangando y ensuciando y dando voz a toca culos unidireccionales lastrados por la vileza de la fornicación borreguil y mediática, mientras ella (ariete contra la mariconez e hija de la ideología de género), cacho carne, ríe y retoza en el desperdicio. Miserias del triunfo.

“Leedme, que no os hago mal”, asienta el ilustrado José María Montoto para que Gertrudis, la hada madrina, tome nota y le copie a los niños que llorar y reír al mismo tiempo y acurrucarse y asombrarse con la Patagonia es ejercitarse para ser adulto. “Se aprende a leer por las orejas”, subraya la narradora Blanca Calvo, para que Ernesto Rodríguez Abad apuntale que la pujanza de la palabra está en la voz, esa que emociona de verdad. Y el filólogo y el profesor y el investigador y el dramaturgo retiene cómo agitaban Hans Christian Andersen, Dickens o García Lorca. Fácil dejarse seducir por el de Fuente Vaqueros cuando dice que la poesía es el encuentro fortuito, inesperado, de dos palabras que nunca supieron que podían estar juntas y que descubren al unirse el poder y la fuerza de la belleza.

Los Silos se apresta a recibir a sus musas volanderas. Llegarán por el aire con el hálito de la brisa y hasta la orilla del mar y media vuelta y vuelta a empezar. Y en el espacio escénico rondará el gran Ernesto, el maestro, el agitador de corazones, el director del Festival, el que recita, entona, cautiva y todos callamos porque si hablásemos se ensuciaría el tiempo.

La XXIII edición de este encuentro con la alquimia olvidará la mediocridad creciente. Y en la liña volada colgará afectos, leyendas y rimas (“Por una mirada, un mundo, / por una sonrisa, un cielo, / por un beso… ¡yo no sé / qué te diera por un beso!”). Y sostendrá, ultima el contador, la calma, la tranquilidad y la paz.

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