Explica el director de la Real Academia Española, Santiago Muñoz, que la Constitución de 1978 optó en su redacción por el masculino genérico al considerar que esta práctica general de las personas hispanoblantes incluye no solo a los hombres sino también a las mujeres. La declaración la formuló después de que la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, solicitase que se estudiase el buen uso del lenguaje inclusivo en nuestra Carta Magna. La RAE subraya que este fenómeno es puramente gramatical, pero es así en la harina de su costal, no más allá de Orión. El problema del género trasciende ya a lo lingüístico erigiéndose, en la actualidad, en una cuestión social y política, resultado de un proceso impulsado desde el activismo feminista, la progresía y el movimiento LGTBIQ, o sea, lesbianas, gays, tránsgeneros, bisexuales, intersexuales y queers. La q de la sigla, por cierto, hace mención a quienes no se identifican con una identidad concreta al tener una actitud crítica constante y siempre en desarrollo. La existencia o la insoportable levedad del ser que es maravillosa.
Visto el andar y tras la necesaria reflexión y alguna conversa con HHH, surge el desacuerdo con el académico del Madroño que se ampara en el masculino genérico, pues esta fórmula se adoptó en su día en el marco de un contexto patriarcal en donde predominaba la discriminación por razón de sexo.
En este veinte veinte la realidad ha variado sustancialmente y no parece dañoso que desde los medios de comunicación, centros educativos… se trabaje en una transformación sosegada del uso del género en el lenguaje. Esto requiere esfuerzo y la asunción paulatina de términos inclusivos (profesorado, alumnado, ciudadanía…), perífrasis (personal médico), feminizar correctamente (técnica, jueza…) o desdoblar sin caer en el abuso.
Además, en casos extremos no disturba la incorporación de una nueva variante, la e, siempre preferible a la equis y a la arroba al poder verbalizarse, al tiempo que incluye a colectivos con orientaciones sexuales diversas.
Bien distinto es el empleo ridículo que se hace de la inclusión desde la tribuna pública, habituada a enarbolar la bandera del todos y todas, a la vez que utiliza el morfema –os (nosotros, otros…). La torpeza propia de necios y necias.
Y si las cosas del lenguaje y el feminismo generan controversia, si topamos con la Iglesia que Dios nos coja confesados. Ahora resulta que la Fiscalía se ha sumado a la demanda presentada por un grupo de mujeres contra la Esclavitud del Santísimo Cristo de La Laguna y el Obispado de Tenerife por la negativa de la Hermandad a que las féminas compartan mesa con los fraternos esclavos. Al frente del alboroto está la devota Teresa Laborda, representada por la abogada Andrea Cáceres, quien argumenta que una asociación no puede estar formada solo por caballeros al vulnerar, dice, el derecho de igualdad. Más madera a la causa feminista que, en este caso, tiene pocos visos de prosperar. La magistrada Gabriela Reverón no entrará al trapo y lo normal es que desestime. El fiscal Jonay Socas puede decir misa y posturear para salir en la foto molona, pero la realidad es que el Supremo cuenta con jurisprudencia que echa por tierra la tesis demandante. El pleito de marras se rige por el Derecho Canónico y no Civil, de tal forma que a velar a otro entierro o a constituirse por separado, al igual que han hecho a lo largo de la historia agustinas, claretianas, carmelitas, benedictinas, dominicas y demás hijas del Señor.
En el fondo, detrás de la cuestión comunicacional y de reivindicaciones más o menos majaderas está el enfrentamiento inveterado de izquierda y derecha. Es la convivencia entre el alcalde comunista Pepón y el cura don Camilo. Es el escenario antagonista que retrata Guareschi, no exento, eso sí, de entendimiento y humanidad. Al final, lo que importa.