Ilustración: María Luisa Hodgson

Alejandro Sanz volvió a ganar un Grammy. Desde que el cantante pisara fuerte no ha parado de cosechar éxitos y reconocimientos. Rosalía, además, se estrenaba y se alzó con otro galardón. Y a mí, la verdad, plin. El primero (corazón partío) vive de las rentas como Almodóvar, si bien los genios siempre sorprenden. Con Dolor y Gloria me reconcilio con el más de lo mismo del cineasta manchego. En cuanto a la niña, la entiendo malamente. Aires de flamenquito milénico pa ti. Pero las grandes triunfadoras de los premios de la música fueron la imberbe Billie Eilish (me quedo con Billie Jean) y Lizzo, esta, en las antípodas de la flaca de Jarabe de Palo. ¡Una puta locura! Gritos de una generación whoop que consume hits efímeros en auriculares que perforan el estribo. Oídos ajenos al Auld Lang Syne, a los versos del escocés Robert Burns que suscitan lágrimas europeas de despedida: “Por los viejos tiempos, amigo mío, / por los viejos tiempos: / tomaremos una copa de cordialidad / por los viejos tempos”. Miradas esquivas a himnos inmortales, a poemas folk que paralizan, hechizan y siempre están. Da igual dónde: en tierras de Apalache o de trinchera y bayoneta calada en medio de un bosque cualquiera de la Francia ocupada de Sam Mendes (1917). Llueven pétalos de flor de almendro en plano secuencia, antesala a la emotiva Wayfaring Stranger cantada a cappella. Es un rezo en mundos de miseria. Uvas de ira que hoy en día se ahogan en el mar, sangran en cuchillas fronterizas y se arrugan en esquinas de asfalto y aporofobia. Canciones próximas de Serrat y Sabina, buenos pájaros de infierno, cielo y purgatorio con entradas agotadas. Con ellos es fácil que todas las noches sean noches de boda aunque te indignes con la última hora y el chino amarillo. No hay dos sin tres.

Necesitamos a poetas cuerdos y no tanto, al artisteo que congrega a cientos, miles y millones. Es droga necesaria y light, como escribe MZ embutida en los veintitantos de Fama. Son estrellas rutilantes de la escena y del truss que no precisan chapuzas de carnaval para hacer siluetas de amor. Conocemos a las mascaritas y pena que detrás del concierto de Juan Luis Guerra haya penumbra más que gloria por un puñado de votos. Preguntas y sobrecostes entre bastidores que no obtienen respuesta. Malas compañías. Será. Sombría producción que no justifica meneos apretados ni arrullos bajo la luna.

Es la perversión del gubernativo que también afeó a Chillida en la pesadilla de Tindaya para agrado, no obstante, de majos y pielesdecabra. Son las flaquezas de gestores de lo público y empresarios que zarandearon, igualmente, a Dominique Perrault en la playa del pueblo de Las Teresitas. Toneladas de hormigón y pasta que viene y va. Sin recato. Sístole y diástole en eclipse. Mirilla torcida.

El merenguito del dominicano trajo café y ritmos ardientes de bachata y bolero embriagador para endulzar el día que inventó Ángel Llanos cuando el PP sembraba en la Casa de los Dragos. No batatas y fresas, sino influencia y manejes que se pierden fuera de calendario. Lo sufre ahora Coalición Canaria, impaciente por recuperar el cetro de la reina junto a Lezcano, Zambudio y Díaz (Guerra). Todo queda en casa. Sabrosuras para una alcaldesa que no debe confiarse, bailar resuelta y posar ufana como abeja en el panal. El caliente repiqueteo del bongó aturde y desnuda. ¡Ay, Patricia! La tontura del flash que regala rosas.

Bermúdez, que es ciudadano de Valleseco como Los Cariocas, es ágil y escurridizo pez de bajío. No canta en parranda ni en murga. Mueve cintura. Caliente.

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