Ilustración: María Luisa Hodgson

El atroz redentor Lazarus Morell, adúltero, ladrón de negros y un asesino en la faz del Señor; el impostor Tom Castro, mentiroso y soberbio; la pirata viuda Ching, hacedora de huérfanos a babor y estribor; el proveedor de iniquidades Monk Eastman, pendenciero y pistolero en Nueva York; el criminal Bill Harrigan, el hombre más temido del West; el incivil maestro de ceremonias Kotsuké no Suké, insolente, vengativo y decapitado (su testa acabó en un caldero), o el tintorero enmascarado Hákim de Merv, fanático seguidor del profeta convencido de que la tierra que habitaba era un error, son protagonistas de la infamia que retrata Jorge Luis Borges en su historia universal (cruda, lejana o próxima según quién). Se trata de matar o morir, de la relamida honra que despieza al contrario o del horizonte civilizado del senador Ramson Stoddard que asiste en el pueblo de Shibone al funeral de Tom Doniphon, el hombre de otra pasta que apretó el gatillo contra Liberty Valance. El estado social y de derecho, la justicia, frente al más rápido. Los odiosos ocho de Tarantino y del nonagenario maestro Morricone, que anuncia corte de coleta o batuta, tanto da, no son ejemplo. Me quedo con el oboe del padre Gabriel y con los acordes que ya suenan en el Festival de Música de Canarias del interino Jorge Perdigón, después de que Tilman Kuttenkeuler (director general de la Fundación Teatro Auditorio de Las Palmas de Gran Canaria) y Víctor Pablo Pérez (honorario de nuestra Orquesta Sinfónica), entre otros, declarasen desierto el concurso para elegir al responsable del otrora aclamado evento que creó el melómano Jerónimo Saavedra. Ahora, ya enredados en la trigésimo quinta edición, el consejero de Turismo y Cultura del Ejecutivo canario, Isaac Castellano, se la juega tras la decepción de 2018, aunque tampoco es eso. Y no vale que ponga en valor que se tocará en las ocho islas (consigna nacionalista). Gracioso.

Estos tiempos revueltos necesitan cordura, credibilidad y sosiego. Marcar distancia ante los continuos agravios (fascista, xenófobo, machista, facha…) que vomita la ultraizquierda (e inconscientes de centro-izquierda), revanchista y vocera, contra los que no piensan lo mismo, votantes incluidos (grosero perder). Y exige, también, alejarnos de las bravuconerías de la ultraderecha callejera, así como tomarnos a coña (por no llorar) el juramento grotesco de Nicolás Maduro ante el gran cacique Guaicaipuro, el Negro Primero Pedro Camejo, el libertador Simón Bolívar, su amado comandante Hugo Chávez y los niños y niñas de Venezuela.

Estos meses agitados (mayo está a la vuelta de la esquina) requieren representantes de altura y con vocación de servicio que no dependan de la sigla de marras para llegar a fin de mes. Alguien como Guillermo Díaz Guerra que, tras ser cesado del cargo de subdelegado del Gobierno en Santa Cruz de Tenerife, solicitó reincorporarse, ipso facto, a su puesto de trabajo en la Inspección de Sanidad. Alguien como este licenciado en Farmacia por la Universidad de La Laguna (especialidad de Medioambiente) que se distancia de la mediocridad gracias a una sólida formación profesional, complementada con una actitud libre de prejuicios ideológicos, antesala que antepone el interés general al personal o asambleario. No sorprende, entonces, que el candidato del PP al Ayuntamiento de la capital tinerfeña no haya metido los pies en charco alguno desde que inició trayectoria política en 2003. Quizá en el de las microalgas, pero fue para poner sensatez y rigor científico en una polémica que se salió de madre.

Lejos de una actitud pusilánime, es consciente, además, en sintonía con Asier Antona, de que sería saludable oxigenar la vida política en el Archipiélago con el relevo de Coalición Canaria. No obstante, asume que deberá pactar con José Manuel Bermúdez en la Casa de los Dragos ante la probable falta de mayoría absoluta que saldrá del plebiscito municipal. Espadas en alto sin acritud que blandirán dos contendientes de perfiles diferentes, que se entienden y se sienten ganadores considerando las comparsas del PSOE, Sí Se Puede, Ciudadanos (sin Carlos Garcinuño) y VOX.

Mientras, en La Laguna, con Antonio Alarcó fuera de juego, al igual que Cristina Tavío en el resto de la ínsula, los populares tirarán de Manuel Gómez, hasta hace pocas fechas presidente de la Federación Canaria de Baloncesto y vicepresidente de la Española. Con el respaldo asegurado de la Peña San Benito (un suponer), tiene como objetivo superar los cuatro concejales obtenidos en los últimos comicios, porque, si bien presenta buen cartel, no parece amenaza para el tibio alcalde, José Alberto Díaz, y cabezas fragmentadas.

Con todo, las maniobras de aparato del PP no afectan al equilibrio de quien siempre se sabe a disposición del partido. Díaz Guerra creció al vaivén del mar abierto del Club Náutico en travesías de clase Optimist forjando reciedumbres y templanzas sin necesidad de biodramina. Es la antítesis a los personajes rastreros de Borges. Es el antihéroe que interpreta James Stewart en el clásico de John Ford: un probado demócrata, leal, apacible, comprometido y honesto servidor en la tierra del cactus.

 

 

Archivo