Ilustración: María Luisa Hodgson

Cantando bajo la lluvia (1952), dirigida por Gene Kelly y Stanley Donen, es probablemente la mejor película musical de la historia, junto a la reciente La La Land (2017) de Damien Chazelle, lo que no extraña pues esta última contiene numerosos guiños al clásico que narra la transición del cine mudo al sonoro a finales de los felices años veinte. Las dos son una delicia, encantan y alientan a disfrutarlas una y otra vez. Fascinantes. Son fieles a la esencia para la que fueron concebidas. Good morning, Singing in the rain, City of stars… no encajarían en otros escenarios. La magia de la seducción es delicada, sugerente, pone la piel de gallina. Es auténtica. La mirada se pierde y se paralizan las piernas. ¡Uff! Algo así como cuando marchan bambones o los diablos entonan el Stand by me más trónico. Mi vida, el carnaval.

¡Coño! Entonces qué pasa por la testa de quienes aposentan en la Casa de los Dragos (antes y ahora). Ediles de poltrona, almas de cántaro y pocas entendederas. Mendas poseídas por un pertinaz despropósito que eclipsan a las históricas guarrindongas de Triqui Traques habituadas a leche y gofio y vomitar escaldón.

Las huestes mamelucas, siempre galanas gracias a Javier Torres (autor también del magnífico escenario del Recinto Ferial), deberían tocar el pito e instar a la revuelta del pueblo. El chicharro está hasta los huevos de que la Gran Gala de Elección de la Reina sea de tócame roque o de Soraya Arnelas y su estentórea fonética con interdentales fricativas (“zetas”) que atentan contra la belleza y simpatía del habla canaria. Nunca rechinó tanto el himno del maestro Agustín Ramos, Santa Cruz en Carnaval. No obstante, llueve sobre mojado. Imposible olvidar el bochorno de Belén Esteban en 2007 o las participaciones de demás fauna mediática de la Piel de Toro: Anne Igartiburu, Anna Simón, Llum Barrera… ¡Qué necesidad! De igual forma chirrían las contrataciones musicales de imberbes triunfitos, de bandas extrañas al compás latino (Cherry & The Ladies) o de artistas más o menos decadentes (Paulina Rubio, por ejemplo) que nada aportan al carácter de las carnestolendas aunque se vista de repercusión internacional. ¡Ja! Si el flaco singuango levantase añepa…

Cuestión de perspectiva y de saber qué se quiere. Alexis Hernández lo tiene claro. Será que fue chinchoso antes que fraile. Su participación en la Gala de Marco & María, junto a Pedro Rodríguez, fue de lo mejor de un espectáculo letárgico y con incoherentes aspiraciones glamurosas. Cuesta entender que el Carnaval de Santa Cruz de Tenerife no necesita pastiches, ser lo que no es. Le basta y sobra con la carioca de tanga y contorneo, la animosa batucada de Rumberos, el bel canto del fregolino, la caña dulce de una habanera y la arrancada de la FuFa. Cubanito soy señores.

El primer asalto de la alcaldesa Patricia a las tablas del Carnaval salió rana. Ahora toca esperar a que en 2021 la puesta de largo de la única fiesta de interés turístico internacional de las Islas retome el espíritu que la hizo grande y sotierre de una puñetera vez la insistente torpeza de munícipes y dirección artística. Las candidatas a reina y el lustroso trabajo de diseño de las fantasías (Sedomir Rodríguez de la Sierra está de enhorabuena) merecen una vuelta de tuerca.

Por fortuna, la calle pone las cosas en su sitio y la desazón del miércoles tiene pronto consuelo. Tienta la amanecida, la copa debida y cerveza fría, mientras la barbacoa engalanada avitualla la noche que crece con ritmo, armonía y bafles abusadores que zarandean. Sol y luna de enamoramientos y apretones templados. Santa Cruz, te quiero.

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