Arturo Pérez-Reverte, que fue periodista y ahora no se calla y toca los cojones, dice en una entrevista que le realiza Jesús García Calero en el diario ABC que solo se educa de dos maneras: con vida y con lecturas. El atinado aserto choca con las redes sociales (TikTok, Instagram…) que absorben la vida y fulminan las letras cuando no se atemperan. Escaparates perfectos para el rebaño de la ministra Isabel Celaá que prima el mínimo esfuerzo. Escribo mientras la banda sonora de Memorias de África de John Barry se cuela en el apacible hogar tacorontero. Fuera destempla y la humedad del sereno impregna la tierra y su mantillo con hojas de aguacatero, algunas con chuchangas en el reverso, lombrices y milpiés, esos negros que se enroscan en espiral, como las de Martín Chirino. Y rememoro a la escritora Karen Blixen, que firmaba Isak Dinesen porque la sociedad patriarcal de principios del XX imponía. Y visualizo a Meryl Streep en aquella plantación colonial de café, en el amor y en las colinas de Ngong.
Inmerso en el trajín le pregunto al poeta Carlos Javier Morales sobre la premio nobel de Literatura, Louise Glück, a quien desconozco. Procede sacarla a colación en medio de este artículo de leídas, sustancias, querencias y tragedias. Por eso el wasap tempranero al amigo vate, que responde presto y breve como si un verso fuere: “Es muy buena poeta”. Suficiente para acercarme y descubrir su cotidianeidad y cercanía a la realidad de las personas, todas iguales, universales, vivan aquí o allí, sean de su padre o de su madre, ramplonas o refinadas: “El maestro me dijo: debes escribir lo que ves. / Pero lo que yo veía no me emocionaba. / El maestro contestó: cambia lo que ves”.
Resulta que Pérez-Reverte está de actualidad al haber presentado su nueva novela, Línea de fuego. La compraré. Ambientada en la Guerra Civil española retrata a los que combatieron en las trincheras de la Batalla del Ebro, enfrentamiento que se cobró veinte mil víctimas: rojos y azules, comunistas y falangistas, niños de 17 y 18 años que calaron bayoneta para matarse unos a otros. No hay enseña que valga si la muerte asoma. Solo la extrema izquierda y la extrema derecha se regocijan en sus miserias excluyentes. Ideas que alzan muros, tarde o temprano derruidos. Cadáveres en la cuneta.
Oportuno el libro del exreportero cartaginés que aborda la realidad cruenta a diestra y siniestra del treinta y ocho reverdecida hoy en día en la mediocridad, mentira y mamoneo de engolosinadas señorías que se llenan la boca de democracia. Este 12 de octubre, más de ochenta años después del fratricidio patrio, la hispanidad escenificará la tragicomedia de su existencia moderna entre contemporáneas banderas tirias y troyanas. Pasiones encontradas que encarnó el director de cine Fernando Trueba tras recoger en 2015 el Premio Nacional de Cinematografía: “Nunca me he sentido español”.
La exacerbación del nacionalismo corrompe el sentimiento de apego a la tierra o a la identidad cultural o étnica. Y el Día de la Hispanidad, que celebra la conmemoración del avistamiento de tierra por parte del marinero Rodrigo de Triana en 1492 después de navegar más de dos meses al mando del almirante Cristóbal Colón, no es un plato que agrade a todos los paladares de enfrente (véase Visión de los vencidos del antropólogo mexicano Miguel León Portilla) y, por supuesto, a los de esta orilla. Las heridas del ilegítimo golpe de estado del general Franco y del desquiciado gobierno legítimo del Frente Popular sangran de nuevo en la Puerta de Alcalá entre las espinas de una interesada rosa mediocre, el guano de las gaviotas, la descomposición ciudadana, el hartazgo de la periferia y el vuelo carroñero de idealistas doctrinarios instalados en el machito. Mi querida España.