Ilustración: María Luisa Hodgson

Mi amigo nunca había cruzado la puerta del guachinche pese a vivir a dos minutos de él. Un retrato de Franco presidía el salón. Mi amigo, de joven, cuando los teleclubs, era comunista. Luego, en la Transición, se afilió al PC de Santiago Carrillo. A esas edades la hoz y el martillo molan mogollón. Ahora, en edad provecta, sigue fiel a sus ideales aunque ya no es comunista, más bien, es neocomunista o socialdemócrata. Dejémoslo en que es de izquierdas o progresista, que también mola mogollón. O sea, nunca votará al PP ni a Ciudadanos ni a Vox ni a Coalición Canaria. Y en cuanto al voto a la siniestra, depende. El panorama patrio desalienta. Con mi amigo, a veces, me voy de vinos. Ayer viernes, casualmente, fuimos junto a dos camaradas. No estaba previsto. Surgió de sopetón. Aprovechamos el Nivel 2. Los planes que no se planean son los mejores. El caso es que el retrato del Generalísimo había desaparecido y mi amigo rebasó, como si tal cosa, el umbral franquista. Después lo agradeció. El garrafón de La Victoria mojó el gaznate con generosidad. Estaba bueno, al igual que la ropavieja, el pulpo, la pota en salsa, las papas arrugadas y los polvitos uruguayos de Doña Laura.

Hoy sábado por la mañana iré a Santa Cruz desde los aguacateros de mi medianía. No sé si me acercarán en coche o cogeré la guagua o el tranvía. Tengo que ir a El Corte Inglés a cambiar unos regalos que me dejaron los Reyes Magos. No atinaron. Hace tiempo que no voy por El Corte Inglés de Tres de Mayo. Sí he ido, en cambio, a su centro de oportunidades de La Laguna. Lucir prendas de outlet no perturba. No ir a la última moda no obsesiona. Será que soy vintage. Hace tiempo, también, que no hablo con Alfredo Medina, el jefe de comunicación, relaciones externas e institucionales de estos grandes almacenes en Tenerife. Solventaré el abandono en breve. Me gustaría retomar con él viejas costumbres.

Es sábado. Estoy en la Capital. Aprovecharé para repasar con calma el Museo Municipal de Bellas Artes. Cierra a las quince. No debo enredarme en las compras. Mejor, ligero. Así, después, deambularé slow por las antiguas dependencias franciscanas. La última vez coincidí con la grabación de un vídeo escolar y rompió el rollo. Tras la visita cogeré por José Murphy, bajaré por Ruiz de Padrón y por la zona asentaré mis posaderas junto a un vermut y unas aceitunas aliñadas. Aprovecharé para comprar dos periódicos de papel: Diario de Avisos y El Mundo. Los leeré slow. En la sobremesa, después de comer algo con Carmen (un suponer), me apuntaré con ella a un yintónic sin habas tonka en donde Chema Vicente.

Las calles céntricas de Santa Cruz duermen los sábados por la tarde. Ahora más. Imagino que algún día su patrimonio abandonado en torno a la Noria se rehabilitará. Imagino que, entonces, la oferta cultural y de ocio estará a la altura de una ciudad que fue vanguardia. Málaga marca senda. Solo hay que copiarla para que la poesía transite de nuevo entre esquinas, cafetes, salas expositivas, armónicos y bambalinas. El alcalde Bermúdez, recién salido del abismo, no quiere experimentos. Será por eso que Gladis de León está al frente de Cultura. Atenta al escuche, toma nota. El cortoplacismo no es su guerra y junto a una eficaz gerencia sienta las bases de la modernidad. Sin artificios.

Es sábado y de Añazo subiré a La Laguna junto a los verodes, José Peraza de Ayala, Luis Álvarez Cruz y abuelo Víctor, que guarda el Ateneo. El Trío Hensel (Irina Peña, violín; Esther Ropón, piano, y Johanna Kegel, violonchelo) presenta en el Leal su repertorio camerístico.

En la platea cerraré los ojos para no acostumbrarme a la vida.

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