Ilustración: María Luisa Hodgson

Siempre agrada caminar por la Calle Real de Santa Cruz de La Palma. No sé si la última vez que pisé sus adoquines coincidió con un evento de cariz político o de arquitectura. No lo recuerdo y no tengo ánimo para calcular fechas. El caso es que en los dos finalicé el día de madrugada. El primero, con algún mojito y sudores poscóctel, y el segundo, en velada de mesa y mantel en la Hacienda San Jorge de Los Cancajos. En esta ocasión, el encuentro, raudo, favoreció que las sábanas noctámbulas fueran domésticas. Binter (sin ambrosía) trasladó el mismo día (ida y vuelta), pues el grato enclaustre en la Biblioteca de la Cosmológica de la capital palmera dio para mañana y tarde. Docentes universitarios de Sevilla, Las Palmas de Gran Canaria y La Laguna, y demás personas con inquietudes investigadoras, presentaron estudios en el IV Congreso Internacional de Historia del Periodismo Canario, dirigido por el profesor Julio Yanes, incansable en sus afanes científicos junto a la colega Lara Carrascosa. El tándem funciona y fortalece el conocimiento de la comunicación en el Archipiélago. Las ponencias presentadas abordaron la heterodoxia de las periferias, lo que favoreció que las rebeldes vanguardias artísticas promovidas por los impulsores de la revista Gaceta de Arte (1932-1936) se mostrasen como inquietud hacia la universalidad cultural. Acercarse de nuevo a Eduardo Westerdahl, Domingo Pérez Minik, Pedro García Cabrera, Agustín Espinosa, José Arocena y Emeterio Gutiérrez Albelo fue un regalo para este tiempo anodino ajeno a desazones próximos al movimiento surrealista de André Bretón y a cualquier otro que suponga esfuerzo intelectual. Una de las virtudes de Gaceta de Arte es que se concibió y desarrolló con la idea de transformar la sociedad cerca de las masas, aunque en un primer momento adoptaran decisiones extremistas, como la eliminación, en sintonía con la Escuela de la Bauhaus, de las mayúsculas iniciales en sus textos. Con el estallido de la Guerra Civil la Publicación cesó, hasta que veinte años después sus promotores, próximos a los desvelos libertarios del director del periódico La Tarde, Víctor Zurita, idearon Gaceta Semanal de las Artes en el Vespertino. El fetasiano Isaac de Vega subraya en un trabajo firmado por Francisco Estupiñán que «Zurita tenía la página como una de sus mejores secciones, aparte del paternal afecto que le unía con los colaboradores». A lo largo de catorce años (1954-1968) se sumaron firmas relevantes y contrarias al Franquismo desde la metáfora y la ironía de la pluma afilada: Enrique Lite, Julio Tovar, Pedro González, Carlos Pinto Grote, Juan Cruz, Rafael Arozarena… Todos, hacedores de la única sección cultural que tuvo la prensa tinerfeña en el periodo citado. En consonancia con su ideario liberal, La Tarde padeció el azote continuo de la censura previa, multas y no pocas reprimendas por parte de la autoridad gubernativa durante la mayor parte de su existencia: dictaduras de Primo de Rivera y Francisco Franco, y Segunda República, período también hostil con la libertad de expresión.

Tras 55 años de historia La Tarde cerró, pero su herencia impresa asienta que, pese a las injerencias políticas, el buen periodismo y la crítica astuta es posible, habilidad que se enriqueció gracias a su proximidad con el espíritu de Gaceta de Arte. Sus periodistas evitaron enfrentarse abiertamente contra la prepotente superioridad por una simple razón de supervivencia empresarial. Lástima que en el veinte veinte la Canarias ultraperiférica (Tenerife, en especial) duerma en la costumbre. La vanguardia que la hizo global languidece en la memoria.

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