Ilustración: María Luisa Hodgson

Tenía ganas de lucir unos zapatos Pisaverde. El creador de la marca, Plácido Alonso, un artesano del siglo XXI, estaba al tanto pero no había surgido la ocasión. Pasarme por su tienda de La Laguna es habitual. Curioseo los últimos diseños e imagino outfits y regalos. El calzado que confecciona con fibra de plátano es muy nuestro. Tiene un rollo hippie chic que mola mogollón. En mi despacho de la Pirámide de Guajara tengo un plantón de platanera. Cada día está más lozano. Quién sabe si con el tiempo será zapato…

De tanto ir a la fuente cayeron los Pisaverde de autor. Estoy como un niño con zapatos nuevos. Son de colores variados y el dibujo del derecho es distinto al del izquierdo. Como la vida misma. Afortunadamente, cuando los calzo, compensan ofuscaciones y viajan al centro. Mejor. Son de piel no de fibra de plátano, pero, de igual forma, molan mogollón. Los cuido frente a circunstancias desfavorables y no veo la hora de deslizarme con ellos al son que marque el diyey. Seguro que la pista de baile se rinde al ritmo de mis pies.

Otra cosa es patear con intensidad las calles. Para eso tengo los Crocs Santa Cruz, resultones y ligeros. Desde que cruzamos miradas por primera vez en la América austral fuimos uña y carne. Ahora, no obstante, tras años de servicio, desgaste y ver de todo ya no lucen como antaño. He intentado sin éxito comprar unos nuevos. No los encuentro. Y en Internet, tampoco. En estas estaba cuando el modelo Peu Stadium de la última colección de Camper entró por mis ojos. Son unos sneakers de piel en color blanco con cordones elásticos reciclados y suelas con un 51 por ciento de goma eva reciclada. Es una versión reinventada del icónico Peu Cami. Se presenta con un giro moderno y un volumen más atrevido. O sea, un look contemporáneo para palmitos resueltos. El flechazo fue instantáneo aunque el modelo Karst (negro y naranja) también tentaba. Ante la duda acudí a una estilosa dama que, sin titubear, se decantó por los primeros. Seguí su consejo. Coincidimos al salir de la zapatería y nos despedimos gentilmente mascarilla en morro. No volveré a verla. Seguimos caminos opuestos. No creo que fuera una asesina en serie o una mujer tirana, así que siempre lamentaré no haberle deseado felicidad y fortuna. Espero, de verdad, que le vaya bonito. Por cierto, el uno por ciento de lo que pagué por la prenda se destinó a causas medioambientales.

Al día siguiente, duchado y afeitado, sin pinta de malote, presumí de estilismo ante el diseñador Carlos Nieves. Hace tiempo, mucho tiempo, que no nos veíamos. Decidimos, entonces, comer juntos en la terraza de un italiano de postín. Nada más entrar nos obsequiaron con una copa de cava rosé. Estaba bueno, si bien nada comparable al magnífico champán Taittinger de Isabel Díaz. Brindé días después con él junto al relaciones públicas Emilio de Ávila, el empresario Francisco Mercado y la fotógrafa Susana Arlanzón en un glamuroso piso del centro de Santa Cruz con suelo hidráulico, obras de arte y mobiliario escogido. Muy burbujeante todo. En unas horas repetiremos la jugada junto a la artista multiusos Roma González y quien se quiera apuntar. Un no parar.

El almuerzo con Carlos Nieves se prolongó a tardeo limonero. Confidencias, remembranzas filatélicas, reinas de carnaval, comenzar y recomenzar, proyectos, algún pitillo (él), un yintónic (yo) y futuros encuentros que se convendrán de nuevo para darle la vuelta a hilvanes. No aburrirse. Se trata de andar sin apreturas. Seguir sendas con hormas anchas que alivien callos y no aprisionen dedos. Un poco harto de la radicalidad a diestra y siniestra, de orgullos y (sin)razones extremistas de tuercebotas. En Pisaverde (y Camper y Crocs) está la virtud.

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