Ilustración: María Luisa Hodgson

Las miserias de la existencia terrenal nos superan. El fango del protagonismo, de la intriga, de tomar ventaja, de la vulgaridad, se hace fuerte y se enfanga en este tiempo convulso, obsceno y pancista. Persistente repicar, basura como la sombra editorial del joven aristócrata Harry que, en su primer día en las librerías, se encarama al segundo puesto de los libros más vendidos en la historia del Reino Unido. Solo la magia de Potter está por encima. Mundos de cristal y mundos mágicos para escapar de la cansina vida ordinaria, del terraplanismo del ombligo propio. Entre pitos y flautas consumimos buena parte de nuestra energía hurgando en vidas ajenas. Y las vidas ajenas, conscientes del pastel, se abonan a la exposición pública. Oferta rentable para la demanda ávida de alcahuetería. Negocio rentable en la porquería. Ea. Hasta Shakira, despechada, salta a la plaza. Sangre y arena. Pasen y vean a la mujer barbuda, al hombre tragasables. Pasen y vean como la marquesa Tamara airea desazón y luego portadea con el ex que ya no es. Tetas y bragueta para una primera fila. La popularidad se arrastra a la altura del betún. Periodistas y medios de comunicación defecan aconteceres zafios para que seres humanos hambrientos de otros seres humanos sacien su antropofagia. Sociedad adoradora de personajes de pan y circo, caricaturas que se toman en serio y se elevan al olimpo de la indiscreción. Aterra y asquea el voceo infame a los cuatro vientos. Desagradable perspectiva en contrapicado de un potorro en el bidé. La descarada exhibición se contrapone a la belleza de la intimidad, a la seducción del rubor, sentimiento que agoniza en el vómito del alarde envilecido.

Estas actitudes no son nuevas. No nos rasgamos las vestiduras. No vamos con el lirio. La condición del Sapiens Sapiens es proclive a mostrar en el escenario público los desperdicios de la convivencia. La nauseabunda naturaleza de la bazofia hace que esta flote en la superficie. Una y otra vez. Está en los genes de la bajeza aun con ropajes de seda. Pena de deriva. Entristece el parvo rasero moral, la normalidad contemporánea de sacar el cuero sin sonrojo. Es too much, es tendencia, es progre, es auténtico y trending topic en redes sociales, corrillos de patio y tertulias mediáticas. Lo que hay. Con estos bueyes toca llorar (y rebelarse) en el velatorio global de la mundanidad.

Qué difícil domar el sentimiento o qué fácil aprovecharse de él. Depende del caudal de la cañería patria, de cómo afrontamos el dolor, la pena, la angustia, la desvergüenza, la virtud, la tragedia. Ser o no ser. En Shakespeare está la respuesta. O en el Planeta de los Simios o en la beatitud.

Qué grato el silencio y qué molesto el ruido de la calle, del bla, bla, bla y sus aledaños de facundia. Ensuciar el don de la palabra es deporte. Hay quienes prefieren usar un lanzallamas a lo Tarantino o sacudir el orden con unas bragas de oro a lo Marsé. Lo de las verdes praderas se queda en el salmo.

El límite es relativo. Nos perdemos como gusanos en la oscuridad de túneles sin salida o en lo más profundo de la selva. La luz encandila. Mejor compartir mesa y mantel con los demonios interiores. Dan más juego en el disfrute. El sentido de la felicidad pasa por encontrarse y alinearse, por prescripción ideológica, con mi verdad extrema. Polarización, cultura negativa. Despreciamos a quien piensa distinto. A la diferencia: prejuicio, vilipendio y humillación.

Estamos aquí enredados. Cosas que pasan. Cuerpos en la costumbre del resentimiento que no invitan a mantener la mirada en tus ojos azules, a escuchar con dulzura tu voz dulce, a esperar paciente el pálpito de la caricia. Te regalo una rosa. La encontré en La Laguna. Espero que sí.

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