Ilustración: María Luisa Hodgson

No recuerdo ver llover en un cielo soleado. Quizás habré reparado en gotas traídas por el viento, gotas horizontales, pizcas de gotas que apenas mojaban, pero mostraban, próximo, el arcoíris. Imposible pasar desapercibido ante el fenómeno multicolor, prismas de agua que alegran la vida, a veces, sin razón.

Estos días no he visto el arcoíris, pero sí el frío que hiela las manos sin guantes y la nariz con moquera y pañuelo. No uso pañuelos de papel o clínex. Prefiero los de tela. Tengo los que usaba mi padre y otros que me regalan. Se lavan y planchan en un santiamén, y son sostenibles como el arcoíris y la moquera. La sustentabilidad está en boca de Juan, Juana y la hermana, pero luego se la pasan por el forro. Sobran clínex, automóviles, plásticos, insultos y soberbias. Sobra palabrería y sobran postureos e intoxicaciones. Preferible cuidar, querer, dar, confiar en el Teide súbitamente nevado. Me abrigo en su falda, en su porte blanco. Algunas buenas cosas llegan en un parpadeo. Y se abrazan de noche en un malecón de esperanza, bonitas lágrimas y una canción. Don’t worry baby.

Llovía y cogí la guagua de las veintidós, la última. Al llegar seguía lloviendo. Llevaba sombrero, pero no chubasquero. Esperé paciente bajo un soportal. Hacía pelete. Las manos y los bajos se enfriaron. Amainó la lluvia y caminé presto. Esa noche, como todas las noches, dormí a pecho descubierto. Lo aprendí de Anthony Quinn, el esquimal. Esa noche, no como todas las noches, dormí de un tirón. El ronroneo de la lluvia meció la cama, compensó el olvido, acompañó las sábanas.

Lanzarote albina. El agua apaga el Fuego de Timanfaya. Camellos despistados que no rumian y turistas al resguardo sin topless. ¡Qué me devuelvan el dinero! Mi amiga Rufina Santana inverna entre lienzos y esculturas en la tierra media de San Bartolomé y en los reflejos del gélido charco. Basalto y azul polar en sus telas.

En brumas así valoramos el sol, las flores y el guarapo de la palmera. Canarias, en verdad, es un paraíso a tres horas o poco más de la baja temperatura, del tardeo sombrío, del vaho por la boca. Canarias, aunque sí a veces, no es una absurda manzana de Magritte en el rostro ni la máquina de coser electrosexual de Óscar Domínguez. Precipitaciones y rasca surrealistas. Las cucarachas se esconden. Esto es un equívoco aunque desborden las galerías del valle de Tenesora y germine el malpaís. Lógico biruji en La Esperanza, en la Cueva del Viento, en el helecho y en el Pico del Inglés, pero no en la playa, en el green, en la jarra de cerveza, en los camarones y en el escote de tu piel.

Las oscuras golondrinas son una triste canción frente al vencejo o la chistera de Manolo Vieira, que en su gracia esté. La Depresión Aislada en Niveles Altos, la persistente y gris Dana malencarada, necesita guasa y no rancias castañas asadas, mantas y chimeneas que roben la calle y la risa. Que Manolo Vieira resucite y anime con un chiste el sinsentido de una meteorología incolora.

Mal tiempo y buen semblante en el transporte público. Por fin vemos caras enteras, caras guapas, indiferentes y feas en el traqueteo. Ya tocaba tirar la mascarilla. Ansiábamos viajes sin velos en la nariz y en los labios. El ser humano no está hecho para la mascarilla, que era como exiliarse de uno mismo. Sin ella volvemos al regodeo, a exponer el moco y a destripar con la mirada cercana. Los minutos de tránsito se pierden o se ganan. Según. Y cuando diluvia no tenemos prisa.

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