Jamás he contado estrellas. Por eso no me han salido verrugas. Sí suelo buscar en noches propicias la Estrella Polar, las osas Mayor y Menor, y alguna estrella fugaz. Entonces pido un deseo. Después me olvido de la petición y la vida sigue con sus dichas y maguas.
Estos días la Luna creciente se ha alineado con Venus y Marte. He subido a mi palomar sin telescopio. Suficiente la observación a simple vista ajeno a la perturbadora mirada de alienígenas. No sé si pestañean en otra galaxia o juegan al Candy Crush. Aquí somos insignificantes, menos que un cuark. Estamos de paso en un show entre puntos cardinales.
En el Palomar, caída la tarde, hace frío. El calor de la tierra se escapa cuando no hay nubes. Si pudiera lo agarraría, pero se cuela a través de las ramas de los aguacateros y el tañer del escalofrío. Atalaya cómplice del Cielo, balcón residencial para alongarse, desafío al vértigo, amante solitaria, destierro apetecido. Para ti tengo planes.
El Cosmos impone. Lo descubrí de pibe con Carl Sagan. ¿De dónde venimos? ¿Adónde vamos? Hay quienes lo tienen claro. Hay quienes no. Hay quienes viven en un permanente agujero de amargura. Hay a quienes les falta un agua y luego está la mundanidad del apetito (aquí te pillo) y el romanticismo de dos copas de vino, recitar poemas de memoria y bailar en la inmensidad del salón de casa. Lo demás no importa.
Me voy a acostar. Duermo y abrazado a las sábanas despierto con unos hermosos zapatos blancos y negros, y un gran beso, un beso eterno con ojos cerrados y risa tontorrona. Lástima. Es un sueño.
Amanece temprano. Aquí no se prospera. Huir, emigrar, recomenzar. Abandonar tu sangre al igual que hizo Guarapo. Cruzar el Charco en el Telémaco en 1950. Dios proveerá aunque no creas. El Velero clandestino aparta la platanera, el roque de Agando, lágrimas y silbos en Hermigua y en El Cedro.
Ahora, madre mía, la historia se repite. El ser humano huye de la miseria y el hambre. Yo también huiría. Miserable quien condena la desesperación que viaja en cayucos y pateras. La ruta canaria de la migración y sus muertes estarán siempre. No hay visos de solución. Malditas letrinas a tiro de piedra, desgraciado infierno rayano al paraíso. Repito: yo también huiría.
A veces el camino te lleva a Comala, el pueblo sin ruidos de Pedro Páramo. Cuesta entenderlo. Releemos. A veces deberíamos releernos para vivir de nuevo. No tiene sentido encallarse estúpidamente con cara de chocho amargo.
La gloria (frágil) no está exenta de zozobras. En general, no hay necesidades vitales, sí miedos, angustias, pieles finas, golfadas, ombliguismos, consultas de psicología llenas y clínicas veterinarias en cada esquina. Pesadillas en un mundo ofendido y pet friendly.
Discrepar en la soberbia es tendencia. Aquí nadie se equivoca. Difícil ponerse de acuerdo en el gallinero sabelotodo. Y vienen curvas: la fauna política y tropa mercenaria afila bayonetas ante las próximas elecciones. Las maquinarias ya programan mierda en wasaps y redes sociales. Mejor no entrar al trapo. El fango ensucia el juicio. Evito ardores de estómago, fórmulas magistrales, siglas salvadoras, tertulias calientes, defecaciones de troles.
En el griterío orienta la Rosa de los Vientos. Su perfume no deja nada al albur. Seguro, sin perder el rumbo, brinco en el jardín cartesiano con el virtuoso violín de Paganini. Se suma mi querido petirrojo. Abro la manguera, salpico y revolotea. Riego las orejas de ratón, helechos, fitonias… y el huerto con espinacas y zanahorias. Escapo sin herbicidas de la incertidumbre, de llantos solos, violencias y malas hierbas. Soplo, desnudo, la tormenta.