Ilustración: María Luisa Hodgson

Cada vez, lo admito, soy más anti. Será la edad y las canas. Lo primero asienta la cordura y la parca sapiencia, mientras que lo blanco, consecuencia de la provecta, realza la galanura. Podría huir y aislarme en el Tibet, vestir pañales y deambular místico por la ribera del Ganges o postularme al gregoriano de Santo Domingo de Silos a la sombra del Ciprés. Pero no. Para dicha de quienes me quieren y desconsuelo de quienes desean mi ausencia, sigo en estos lares aunque implique continuar con mi anti.

Por razones laborales frecuento las redes sociales y el espanto creciente que suscitan se iguala al rechazo que provoca la comunicación basura. Tanto monta. La pasarela de ridículos envanecimientos que posan en Instagram es enfermiza. El persistente exhibicionismo de palmitos y caretos y sus circunstancias genera hartazgo y vergüenza ajena. ¿Esta fauna no se da cuenta de la imbecilidad que la envuelve? ¿Tanta es su fatuidad? ¿No hay seres queridos que adviertan de la necedad o es que los seres queridos son igual de necios? Supongo que es un poco de todo. La abundancia de corazoncitos y comentarios empalagosos confirma que la cosa está malamente. Dios cría y luego los esqueletos se retroalimentan en el limo de la cansina complacencia.

La existencia se banaliza en la carne. No hay lindura. El yoísmo imperante es una hambruna insaciable que codicia miradas cotillas sin abrazos ni na. El sexo por el sexo sin amor al aliento rayano. Solo sexo. Solo el retrato de Dorian Gray.

En la X, que antes fue Twitter, también pintan bastos. En este caso, la tribuna se ensucia con mensajes rabiosos, prepotentes, descalificantes, apartados de la mesura, prudencia y humildad que requiere cualquier posicionamiento. Es la radiografía de una sociedad que en España crece más borrega: el 27 % de la población de 25 a 34 años no tiene ni el Bachillerato ni la FP de Grado Medio (la tasa de infracualificación en esta franja de edad duplica la media de la OCDE), al tiempo que la juventud hispana es la peor formada de la Unión Europea. El 17 % ni estudia ni trabaja. Nini que te quiero nini. Nini que se embriaga de ignorancia atrevida. Nini, en el fondo nini. No le pidas más. Lo malo es cuando en la presunta luz no hay nada. Si acaso verborrea.

La lóbrega realidad se enmaraña con la polarización. Maldita ceguera. No es la que retrata Saramago ni la peste de Camus. Es una violencia de piel fina pensada en despachos sectarios de albo satén.

La carne es cancerígena, la sangre menstrual es machista, chapotear en un charco enferma, corregir perturba, suspender trastorna, la zafiedad se disculpa, en los baños no hay bidés para la cloaca, el esfuerzo es tortura y si lloras, pastillas y especialista que escucha el dolor del alma. Me asomo a la ventana con la música a todo volumen. Breathless de The Corrs acompaña a la Luna, a la amargura sensiblera. Todo lo que tenemos está aquí y ahora. Los sombreros en el perchero y los tenis rojos de Natural World acompañan el bronceado del verano que se va. Qué difícil el rompecabezas, apuntar a la diana con el pulso embrutecido por los días que quedan detrás. Besos, libros, palabras, ternura siguen haciendo camino. Rebelión contra el anti. Subo el volumen. Cierro los ojos. Dormir como un niño chico y despertar en el filo de la porfía alienta al cuerpo. Es la inercia de quien sabe que aquí estamos torpemente en una estación de paso. No somos igual a una mosca, a un atún, al perro faldero.

Vida eufemística, desvaída, carcelaria. Cómo está el patio. Me abrigo contigo. Sin olfato.

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