Ilustración: María Luisa Hodgson

Nuestras miradas se cruzaron temprano en el vagón del Tranvía. No fue cursi. En cero coma nos abrazamos. Tampoco fue cursi. Hacía años que no coincidía con el arquitecto. Hacía años que él por allá y yo por acá. Dicen que la distancia es el olvido. Maldita distancia. Malditos y maravillosos días que pasan en un santiamén. Recuerdo que de pibes teníamos el pelo corto, muy corto. Diríase que rapado. Ahora lucimos blanca cabellera. Yo más. Y él más atractivo. Para gustos, colores. La vida son tonalidades, causas y consecuencias. E imprevistos que no controlas. Leemos el infinito en un junco, convivimos ya para siempre con la migración que nos acerca de nuevo en un libro Juan Manuel Pardellas. Esto de la migración es un parche que no se toma en serio. ¡Uff! Volvamos a la levedad del ser. Dime que me quieres con mi saco de defectos maravillosos y coplas bajo la ventana. Besos días que iluminan el alma. Por cierto, las melenas bixie están de moda.

Apenas dos paradas. Si no, una. Todo fue muy rápido. Como un abrir y cerrar. Desde que procreas y la progenie crece y acelera todo va muy rápido. ¡Qué difícil hacerse hoy en día a fuego lento con tantos mensajes a diestra y siniestra, con tantas imbecilidades sueltas!

Apenas dos palabras, claro. Una de ellas fue para Juan Machado, el amigo que quebró reciente en la calle. Su wasap todavía está disponible. Hoy estamos y mañana Dios dirá. Le mando un abrazo en modo avión. Ahí va… Escribo a bordo de un airbus A320 destino Málaga. Veo pasar por la ventanilla un jet a toda pastilla. Abajo el mar está siempre. Ligeras turbulencias en el azul inmenso. Hacia Oriente misiles y llantos. En España continúa la misma mierda política.

Amanece. Gracias a mi hija Esther me he aficionado al té matcha. Lo tomo con leche y sin azúcar todas las mañanas. También domingos y fiestas de guardar. Tiene propiedades antioxidantes y un sinfín de aportaciones saludables. No obstante, lo confieso, lo que más me agrada del brebaje es su color verde pistacho. Siempre me han gustado los pistachos. Hubo un tiempo que bebía mate. Lo descubrí en Buenos Aires. Me atrajo el ceremonial que conlleva la preparación y cebe, y la lindura del recipiente y su bombilla. Ahora lo tengo apartado. Solo mi colega Patricia Delponti hace que no abandone el recuerdo de la querida yerba yeísta.

Echo de menos, además, la bicicleta eléctrica Lapierre de mis amores. Aunque el romance persiste, el distanciamiento con el vehículo de dos ruedas es un hecho. Confío que no vaya a mayores. Eso sí, alivia la culpa que descanse a buen recaudo. A falta de pedaleo, he ingresado en el exclusivo Gimnasio Picapiedra que dirige con férrea disciplina Carlos Duque. Las sesiones (martes y jueves) se organizan bajo el sistema del entrenamiento funcional con el objetivo de trabajar de forma conjunta músculos y articulaciones. Tras dos meses de esfuerzo la definición del abdomen ya es un hecho. Como apunta el veterano profesor y gimnasta aventajado de la Familia Picapiedra, Alberto Hernández, «la suerte es proporcional al sudor». Pues eso.

El Tranvía sigue su traqueteo con el rasgue de la guitarra. Sentimos la clara, la entrañable transparencia del comandante Che Guevara. El músico tranviero acompaña el viaje. A la izquierda, subiendo hacia Chimisay, la Escuela de Arte Dramático de Canarias. Minutos después, en Guajara, la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de La Laguna. Las dos obras del estudio GPY Arquitectos son referentes de la arquitectura contemporánea de Tenerife. La mirada de Juan Antonio González (Chencho) seduce dentro y fuera del Tranvía.

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