Ilustración: María Luisa Hodgson

Carla es apacible. Solo hay que verla. Da igual de frente o de perfil. Incluso en Carnavales no variará el gesto tranquilo. Santa Cruz de Tenerife cuida desde ya su rostro negro junto al gris de TEA y el verde del laurel de indias que la corteja. La pieza del escultor Jaume Plensa es un regalo para la ciudad que en 1973 engalanó el espacio urbano de esculturas y hoy conmemora los cincuenta años de aquella Exposición Internacional. Carla es hermosa, serena y reflexiva. El repicar de las campanas de la iglesia de la Concepción no la perturban. Tampoco las incontables fotografías que la inmortalizan sola o acompañada. En unos días se ha erigido en la mujer más deseada de la Capital tinerfeña. La Lady de Chirino y la Mujer botella de Miró han cedido el testigo de la querencia.

En España Carla tiene dos hermanas: Julia, en Madrid, y Carmela, en Barcelona. Luego, otras en Nueva York, Hawái, Liverpool, Río de Janeiro, San Petersburgo… Todas tienen los ojos cerrados. La contemplación va por dentro. Fácil abstraerse en torno a ellas.

La obra de Plensa es cálida. Siete metros para una joven por la que se suspira ajena a banderías y ruidos. Gratifica la cultura, la poesía del sentimiento, la feminidad sin complejos.

Carlos Schwartz, presidente de la Comisión de Escultura en la Calle del Colegio de Arquitectos, es casi tan alto como la Carla. En el acto de inauguración es parco en palabras. La fiesta del silencio no requiere alharacas, sí el recuerdo al hacedor Vicente Saavedra. Entre las personas presentes, solo el fotógrafo Efraín Pintos esboza más de una sonrisa. Normal. Tiene toda la autoridad y complicidad para jugar con la nueva niña de Santa Cruz. Él y la familia que cuida de las esculturas están felices. Rafael Escobedo, María Hortensia Ramos-Yzquierdo, Araceli Reymundo… continúan forjando alientos. Y unas papas fritas. Y una presidenta de la Entidad Colegial (María Nieves Febles) que mantiene encendida la luz de un colectivo que se resiste a la olvidanza.

Tenía que ser Jaume Plensa, uno de los escultores más reconocidos del panorama artístico mundial, quien pusiera el broche de oro a la efeméride expositiva. En 1994, en la segunda edición de la Muestra Internacional, colgó Islas al final de la Rambla. Ahora, las 73 cajas de aluminio con nombres propios enriquecen otras ramas, las del Parque García Sanabria. El aire atlántico se llena de energía y vanguardia. El arte contemporáneo se hace fuerte en una plaza que custodia el Guerrero de Goslar.

Cuarenta esculturas salientes de la generosidad, rebeldía y visión de un grupo de amantes desnudan sus formas en el callejero del Chicharro. Y una puerta sin puerta en Garachico. La pujanza artística que siempre ha atesorado la costa de Añazo mantiene hechuras. El Tercer Milenio no le da la espalda a un museo único al aire libre que ahora se rejuvenece con Carla. La piba, impertérrita, ya seduce a decenas de estudiantes que calientan sillas bajo las gotas de Herzog & de Meuron. Savia nueva para unas frágiles generaciones digitales que necesitan tocar, ver, lo más profundo del ser.

José Abad, Andreu Alfaro, Federico Assler, Hanneke Beaumont, Juan Bordes, Xavier Corberó, Parvine Curie, Óscar Domínguez, Amadeo Gabino, Josep Guinovart, Mark Macken, Remigio Mendiburu, Henry Moore, Edgar Negret, Eduardo Paolozzi, Pablo Serrano, Francisco Sobrino, Gustavo Torner, Ricardo Ugarte, Claude Viseux, Kan Yasuda… son historia, patrimonio y tesoro. Querer a sus esculturas es querer raíces y troncos. Y vuelos altos sin mosca blanca. Es reconocer el amor de mujeres y hombres hacia la belleza que trasciende e identifica identidades. Es solidarizarse para siempre con la mirada ciega e infinita de Carla.

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