Ilustración: María Luisa Hodgson

Las hortensias necesitan del sereno de la mañana. No hay que buscar tres pies. Son de niebla, chuchangas y tierra adentro. No así los tarajales, que crecen con olor a mar. En estas, me entero por mi colega Patricia Delponti que las chuchangas están en peligro crítico. No sé. En La Esperanza procrean como conejos. Será la manta y el vaso vino.

El bonsai de mi natero está moribundo. Ha perdido el follaje. No se adaptó a la nueva atalaya. A veces sucede. A veces la vida te da limones sin limonada. No pasa nada. Con sal y tequila no hay morena que se resista. Y unos chapulines.

A rey muerto, rey puesto. Junto al ficus ginseng terminal luce una frondosa pyracantha. Viste florecillas malvas que parecen pensamientos en miniatura. Ya es primavera en mi balcón. No hay amanecer sin trinar de pájaros. Dulce vigilia para el sueño alfa. Lástima que el diminuto Pepe Carabias no pueda columpiarse en sus ramas. Visto y no visto. Ayer en Tacoronte. Hoy, de nuevo, en Madrid. Otra vez será.

Todo cambia. Lo sabe el tamarindo del Parque, el más viejo del lugar. Y lo sabe mi niño Manuel cuando pasa de la risa al llanto. Algunas puertas continúan rotas y el biombo del pez espada ya no cuelga de la pared junto al paisaje de Luis Kerch. Queda el jardín del petirrojo, de las tozudas hojas secas y de las lágrimas que todavía mojan la oreja de ratón. Las páginas de Geronimo Stilton pasaron en un santiamén.

Vivir y frío. Te castigaron el día que los pingüinos llegaron a casa. Un alguacil vela entre los cubitos helados. Nuevo rumbo en el silencio. El Gran Sol nos obliga a maniobrar vigilantes, con firmeza hacia el abierto. Atrás dejamos cicatrices, viento y mareas. Romanticismo, el justo. Y el necesario. Hay versos que se escriben para que solo el corazón entienda.

Sugiere el periodista y escritor David Jiménez adentrarse en carreteras secundarias. En las autopistas, en las calles del centro, hay mucha pantomima, gomina y sarcasmo. Las buenas historias no se exhiben. Las respiraciones lentas también respiran. La herida, la pena, el desespero al atardecer merecen tiempo y voz. Miro miradas tristes y la suma no da. Lastimeros purificadores de aire, lugares de encanto, champanes, retoques de Photoshop y sobradas alfombras con photocalls huecos. La redondez de la humanidad no es tal. Se sabe. Pero qué sabe la gente.

Reventar el escaparate de la boutique Bounty es tendencia. Es ir de fiesta con Prada y Gucci a un garaje de mala muerte. Ya no hay robos buenos sobre el tablero. Tenerife no es París. Lupin y el Hombre Araña son un sueño en el Sena. La realidad no engaña, dormita en cualquier voladizo con los cascos y el mono. Cada semana más flaco. Ayer te guardé la gorra. Aquí la tienes. No hay casas lejanas si estamos cerca. Y si duele el cuello tras un movimiento brusco, alivia Vick VapoRub. No dramaticemos. Normalmente escapamos. En ocasiones frente al espejo no asoma la mejor cara y el futuro se presenta encarnado. La vejez rima lenta y la juventud es un haiku.

Después pintaré tu nombre en el muro grafitero y nos sentaremos en torno a la chimenea apagada. La gata ronronea. Las ideas están claras. La ruta encaja pese a tantas cosas que pasan por la cabeza, pese a que sí necesitamos alforjas. No cantemos victoria en el principio. No ha lugar al descorche. Aunque la impaciencia quema apenas hemos pasado el umbral. Es verdad. La espera.

Uno más uno no siempre es dos. Azul. Blanco. Turquesa.

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