Que las nuevas generaciones llegan con enormes carencias lingüísticas a la Universidad es un hecho incontestable. Esta es la cruda realidad. Hace tiempo que la palabra no se desvela, no se acaricia como si fuera la última vez. Es una sucesión de renglones vacíos en una zanja de corazones planos. Mundo rápido de cacharros, congregación de cerebros no tripulados en el recreo del pera-piña ajenos al legado de amanuenses y sus exégetas. Suena a chino, al igual que la certeza de Descartes.
La EBAU canaria (y otras), a la vuelta de la esquina, es un sudor adolescente sin épica, un trámite de cuerdas al aire sin la exigencia del acorde. La EBAU canaria (y otras) desaira a la lengua resignada a su maldita suerte. No espera cuidados, amores, abrigos. Imposible suspender la asignatura que ampara a causa de una deficiente expresión escrita. No la quieras tanto. Pobre flor sin pétalos. El comité sabiondo dicta la rúbrica infame: la penalización máxima es de cinco puntos: dos en ortografía y acentuación, aunque se cometan ochenta mil errores, y tres en coherencia, cohesión y adecuación, aunque los signos de puntuación, la estructura sintáctica, el uso lexicográfico o el desarrollo lógico de ideas sean un disparate. ¡Oh! Triste desafine, desencanto, marcha atrás. Y no entremos en harinas de costales rayanos. Historia, Biología, Filosofía y demás hierbas también sufren el maltrato de la inopia.
Qué difícil ser estudiante en medio de la mediocridad política y protagonismo pedagógico de pacotilla. Qué difícil la vocación docente distraída en el revuelo de pajaritos preñados. Nunca fue tan fácil promocionar en la ineptitud. Y qué pena, encima, topar con un profe barbilampiño que se mofa en redes sociales de la niña excelente que busca el diez. El colegio de postín de la Capital tinerfeña que paga la nómina debería propinarle una patada en el culo. Patético pichón en el légamo digital de la imbecilidad.
En el balcón sobre la brillante orilla del mar, sin cárcel ni dispositivo móvil, el papel invita a un ejercicio de prestidigitación. Es posible vivir sin el bit. Abstraerse en las estrellas es lo más mortal a estas alturas de la prosa. Es posible. La presencia de tabletas y pantallas vecinas ya se cuestionan en las aulas para alivio de lecturas comprensivas, hiatos, puntos y seguido, erratas y seres parlantes en torno al pupitre.
Mejor leer al profesor Humberto Hernández en papel que en el Samsung. Ya lo dijo Gloria Fuertes: «Cada foco con su foca. / Cada plato con su taza». La EGB rejuvenece. Bienvenido abril sin tragedias. ¿El próximo curso será de día? Ja, ja, ja… Regreso a la acera y no hay dios que consuele. Los niños y las niñas no conjugan, cantan en inglés. En castellano, de antemano (sic), suelen equivocarse. Incluso, en batallas de gallos.
Luego, la Enseñanza Superior tampoco se parte el lomo a la hora de reconducir la incompetencia. El profesorado tiene autonomía para marcar los criterios de evaluación. Hay para todos los gustos: desde la rigurosidad responsable hasta la laxitud más insensata. Desencanto. La lección magistral languidece en una alberca de estudiantes flotantes en el despiste de ordenadores hambrientos de deseo. Y así luce el pelo entre milagros. Siempre hay excepciones y quienes se salvan con el toque de la campana.
Largo camino al alfabeto que se va por las ramas. Hace frío en la calle del olvido y mentiras en las redes y en el pub. Las voces ordenadas vuelan con el viento. Atardecer, cometas y una solitaria grúa de la construcción contra los molinos y su ventisca. Arena en los ojos. Cuando éramos sopa de letras y jeroglífico.