Ilustración: María Luisa Hodgson

Oculto bajo una visera roja pasa desapercibido. Los vencejos en vuelo raso tampoco reparan en él. Posiblemente sea la alta densidad de seres humanos (de aquí y allá) por metro cuadrado. El caso es que antes de que la cosa se vaya de madre queda claro que el pibe no es Ed Sheeran, sino su doble, el periodista Jorge Dávila. ¿Bailas, canalla?

Irrumpe el telonero Callum Scott para aclarar querencias enredadas y aliviar apreturas innecesarias. La tarde cae con jeans rasgados y corazones rotos, aunque, a menudo, no pasa nada pasadas las veintidós.

Al fin, el perenquén tatuado mueve cola. Camiseta negra y acústica levantan al Heliodoro. Ingentes gotas de cerveza en vasos de Leo Mansito mojan el verde y cuerpos perfumados. Aporreo de guitarra, caminos, gritos… Cuando tenía seis años se rompió una pierna. Veintisiete años después salta con uglies bajo la estela de un avión que enfila Los Rodeos. El templo blanquiazul de Rommel Fernández, Dertycia y Pizzigol se profana con cánticos sin riqui raca. Amores eternos. No vendas (Paulino) besos de cartel sin patria, sin castillos en la colina, sin penas, lágrimas y glorias. Así no vuelvo a casa. No agarres mi cintura.

El mar. Tenerife sea. Azul y sol en tu iris. Y lluvia en julio de Guamasa a la Punta. El Alisio refresca, el Estadio se mueve lento. Es la suave marea ajena a remolinos. Flotar en la inmensidad y dejarse llevar. Luego vendrán los tiestos y la vida, también a través de dependencias, rabias y dispositivos móviles. Niñas y niños iluminan, desechan ansiedades y cortas miras. Las mentiras se aparcan en una fotografía y en abrazos congelados. Los dedos de la joven vuelan sobre el teclado del Wasap. Las palabras sangran en el césped y en la pantalla. Lo sabe Ed y Morfeo. Las máquinas, por el momento, no toman conciencia. Matrix no existe. Eso pensamos.

El martes fumarás el último cigarrillo. Verás la puesta, alejarás siempre la zozobra. Encontrarás respuestas. La orilla está más cerca. Cómo has crecido y lo que te queda. Todavía es pronto. Es mi primera vez con Tiny Dancer.

La perfección no existe en los pantanos. Las presencias divinas son criaturas del poema y de brazos encendidos. La mujer, el hombre, el género. Biografías que se encuentran en papel, en baladas y en sombras inesperadas. Pese a las fauces del león, a las uñas rotas, acudimos a la cita con fe. Nadie estropeará este momento. Dancing in the dark.

Suena Galway Girl con violín y fuegos artificiales. Vuelve la banda. Todo es ponerse. Jake y Elwood juntaron a los Blues Brothers en misión divina. Ahora es el inglés quien da el paso con una Guinness y un trago de Jack Daniels. Cantamos en un pub irlandés. Wembley y Freddie Mercury son otro archivo, otros ecos. Seguimos, no obstante, el paso. No estás sola, nena. Come on.

En la barra del bar entonas con falsete. Barry Gibb abrió la senda y tú la elevas con pecas e historias de amor. A, e, i, o, u. Vocales, letras, que no necesitan mascarilla. No hay peligro: escribes mientras el resto reduce el Mundo. En el fondo, todo reside en la felicidad. En sentirse happier, en retornar siempre al lado más radiante. Esperar por ti sonriente, caminar contigo en la luz sin ocultar huecos y heridas. El ánimo levanta en la vuelta de la esquina, Australia y Pekín. Miles de voces como una, miles de arrullos como uno, miradas fijas y una canción. En el campo esmeralda fuimos felices. Antes habíamos cerrado los ojos en el dorado de Sting. ¡Ay! El pelirrojo.

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